HOMILÍA EN LA MISA EXEQUIAL DE LA HERMANA FRANCISCA DE LOS ANGELES
Hermana
de la Caridad, Dominica de la Presentación de Tours
Carmen
de Viboral (Antioquia, Colombia) 16-02-1916, Maracaibo (Venezuela) 30-12-2014
Queridos hermanos y
hermanas
En
las postrimerías del año 2014, nuestra querida hermana Francisca emprendió su
vuelo definitivo a la Gran Casa de la Misericordia. En la puerta de esa bella morada sin duda la
estaban esperando todos los necesitados que ella atendió con tanto amor y la
invitaron de una vez a sumarse al coro de los bienaventurados que cantan en el
cielo: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré su fidelidad
por todas las edades”. (Salmo 88, 1). Y hoy, abriéndose las puertas de un nuevo
año civil, en la fiesta de Santa María Madre de Dios, estamos aquí congregados
en otra gran casa marabina, la Casa de familia de María de Chiquinquirá y de
todos sus hijos para darle sepultura cristiana a los restos mortales de la
Hermana.
A
quien hoy honramos con esta eucaristía exequial es una digna hija de la Beata
Marie Poussepin, intrépida cristiana, fundadora, en el siglo XVII en Sainville,
Francia, de la Congregación religiosa Hermanas de la Caridad Dominicas de la
Presentación de Tours. Mejor regalo no nos podía ofrecer Papa Dios, en este año
de la vida consagrada, que la vida y obra de esta religiosa que se sintió
llamada por Dios a vivir su fe bautismal en el seguimiento radical de Jesucristo, casto
pobre y obediente, consagrándose a Dios totalmente dentro de esta congregación. Contemplar y entregar a los demás lo contemplado es el lema de la Orden dominica
a cuya gran familia está afiliado este instituto religioso. Ese fue el oficio de la Hna. Francisca entre
nosotros. Ella también vio, contempló, oyó, palpó, saboreó el amor compasivo de Dios hecho hombre en
Cristo Jesús y dio testimonio de él y lo anunció y lo hizo manifiesto tanto con
su vida como con su servicio amoroso en beneficio de los pequeños y de los
pobres.
Ana
Josefa Tobón Arbeláez, su nombre civil,
era una antioqueña de pura cepa, con el temperamento proactivo y la fe
profundamente arraigada en la tradición católica de las familias de esa región
colombiana. Enviada a Maracaibo en 1971,
después de algunos años en el Colegio, volcó toda la fuerza de su carisma fundacional
y el impetuoso fervor de su vocación de
servicio en sus hermanos más necesitados. El fruto de esos desposorios fue la
Casa de la Misericordia. Desde entonces el lugar se volvió, gracias a la callada y abnegada entrega de la hermana,
junto con otras religiosas de su congregación y un generoso cuerpo de
voluntarios, en uno de los epicentros marabinos de la manifestación de la
divina misericordia, un puerto de oración, de sosiego y de paz.
La
Hermana Francisca no oraba solo por la sanación de los cuerpos; también atendía
sus necesidades espirituales, pues bien sabía que las enfermedades del alma son en gran
parte la causa de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. Los asiduos
visitantes muy pronto lo advirtieron también ellos. Por eso acudían a la Casa
de la Misericordia no solo en procura de curación física y de medicamentos sino
también en búsqueda del camino de la fe, de
la oración, de orientación espiritual. Y allí los recibía ella con su enorme
capacidad de escucha, de amor y de misericordia, que emanaban de su frágil
cuerpecito de mujer. Ella nunca se
atribuyó nada. Todo para ella tenía su fuente en Dios.
La
Arquidiócesis de Maracaibo bendice a Dios por haber sembrado este reflejo vivo
de su amor en nuestra tierra zuliana. La Hermana Francisca era uno de los pilares orantes que sostenía
esta Iglesia local. En los numerosos encuentros que tuve con ella siempre
insistía en la importancia de la oración y me comentaba cuánto oraba por la
santificación de los sacerdotes, de las religiosas, de los seminaristas, por el
advenimiento de la paz y de la justicia en Venezuela y por la concordia
fraterna entre chavistas y opositores.
Ahora, desde el cielo, estoy seguro que continuará ejerciendo ese mismo
servicio en nuestro favor de nuestra Iglesia y de nuestro país.
La
despedimos en el inicio de un año nuevo, lleno de expectativas y de esperanza,
en el día en que celebramos con toda la Iglesia universal la fiesta de Santa
María Madre de Dios, y tiene lugar la Jornada Mundial de Oración por la Paz del
mundo. Lo primero que nos viene al corazón en este momento es dirigirle a Dios
una inmensa acción de gracias por el don tan grande de esta vida saturada del
evangelio del amor y de la misericordia que su Hijo Jesús trajo al mundo. Cuando
el Señor Jesús vio a sus discípulos salir en misión y regresar contentos,
exultó en el Espíritu Santo y le dio gracias a su Padre por haber decidido compartir
sus designios con los pequeños (Cf Lc 10,21). Así debe estar exultando también
el Señor al ver volver a su discípula Francisca contenta por haber cumplido la
tarea que él le confió en esta tierra. Hoy nosotros también exultamos porque en
ella Dios se nos hizo cercano y visible.
“Jesucristo
es el principio y el fin de mi vida”, solía decir ella. Que su vida, su obra y
testimonio susciten entre nuestras jóvenes venezolanas muchas vocaciones
intrépidas, impregnadas del amor y de la misericordia sanadora de Cristo,
semejantes a la de esta extraordinaria religiosa. El inicio de este año nos
recuerda que hemos entrado en una nueva época. Los hombres y las mujeres de
hoy, con una mentalidad distinta, marcada por la globalización y la
comunicación tecnológica, tienen también hambre y sed de Dios y lo buscan
ansiosamente a su manera. Necesitan nuevos testigos del amor divino, nuevos
seguidores de Jesús, nuevos predicadores del evangelio de la misericordia.
¿Quiénes recogerán la antorcha y seguirán incendiando este mundo con el fuego
divino del amor de Dios?
La Hermana Francisca estuvo entre nosotros y
cumplió su misión. ¡Gracias, hermana Francisca, por tu siembra de amor en esta tierra durante estos 43 años! Sigue orando por nosotros para que no
desmayemos en nuestra misión en esta Venezuela tan necesitada de paz, de
concordia, de convivencia y de justicia. Nuestra comunidad eclesial, junto con
tu Congregación que serviste con fidelidad, mantendrá viva tu memoria y seguirá
leyendo el evangelio abierto que nos dejaste.
Nosotros
ahora nos aprestamos a sentarnos a la mesa eucarística para recibir el pan que
nos dará fuerzas para emprender la ruta del 2015. Tu, en cambio, que tanto
amaste la eucaristía ya no necesitas de ella pues ya puedes contemplar sin velo,
en toda la plenitud de su belleza, el rostro del esposo a quien serviste con
tanta fidelidad y exclamar, como la esposa del Cantar de los Cantares: “¡He encontrado el amor de mi vida; lo
abracé y ya no lo soltaré!” (Cant 3,4).
Basílica de Ntra.
Sra. de Chiquinquirá 1º de enero de 2015
+Ubaldo
R Santana Sequera FMI
Arzobispo
de Maracaibo
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