HOMILIA
EN LA ORDENACION PRESBITERAL
DE
FRAY JUAN CARLOS MALDONADO OAR
Lecturas: Jer 1,4-9; Sal 23; 1 Pe 4,7b-11, Jn 15,9-17
Muy querida familia agustina
recoleta, Muy querida familia de Fray Juan Carlos, Muy querido Fray Juan Carlos,
Muy queridos hermanos y hermanas,
¡Grande y
hermoso es el momento que vivimos esta tarde en esta comunidad eclesial! Un
hermano nuestro, miembro del pueblo de Dios, accede al presbiterado, después de
haber recorrido un largo camino de discernimiento y formación en el que han intervenido
muchas personas. Acabamos de oír la respuesta a la pregunta formulada por el presidente de
la asamblea litúrgica: “¿Sabes si es digno?” Una respuesta afirmativa y un
fuerte aplauso aprobatorio de la asamblea de fieles. Si; el Señor hace grandes
cosas con nuestras vidas, como en la vida de la Virgen María, cuando aceptamos
su llamado y nos ponemos a su disposición.
Aunque se le haya
considerado digno de recibir el Orden sacerdotal ni el elegido ni ninguno de nosotros hemos de
olvidar que el llamado con la consiguiente elección, la sucesiva consagración y
el envío final forman parte de un misterio.
¿Por qué llama precisamente a este cristiano? ¿Por qué yo y no
otro? No somos capaces de dar una
respuesta. Todo eso está escondido en el
corazón de Dios Padre. La narración que hace el profeta Jeremías de su
vocación, en la primera lectura de esta santa Liturgia, nos coloca en el umbral
de este misterio. “Antes
de formarte en el vientre te escogí; antes de que salieras del seno materno te
consagré”. Cuando Marcos narra la elección de los doce apóstoles acota que “Jesús llamó a los que él quiso” (Mc
3,13).
Somos lo que
somos porque Dios, valiéndose de variadas y a veces sorprendentes mediaciones
humanas, nos llamó y quiso hacernos
partícipes del sacerdocio pastoral de su Hijo. Leemos en la carta a los Hebreos
que “nadie puede recibir la dignidad del
sacerdocio, si no es llamado por Dios (…) Cristo no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote sino que se
la confirió Dios” (He 5-6). El sacerdocio, leemos en la segunda lectura de
hoy, es un don recibido. No podemos por consiguiente presumir de ningún título
de superioridad: “¿Quién te hace superior
a los demás? Se pregunta Pablo. ¿Qué
tienes que no hayas recibido? ¿Por qué te enorgulleces como si no lo hubieras
recibido?” (1 Co 4,7). No somos
dueños de nada. Somos simples administradores y como “buenos administradores- comenta Pedro- hemos de poner al servicio de los demás la multiforme gracia de Dios”
(1 Pe 4,10).
Ponernos al
servicio de los demás. Ser servidores a tiempo completo. El Señor Jesús sabe
que éste va a ser uno de los grandes desafíos de sus discípulos y de la
jerarquía de la Iglesia a lo largo de la historia; por eso les mostrará con su
vida primero y luego con su enseñanza que la autoridad que detentan por el
cargo dentro de la comunidad eclesial es una autoridad de servicio no de
dominación ni de poder. ¡Hasta en el
mismísimo cenáculo sus apóstoles discutirán sobre quién de ellos es el más
importante! (Cf Lc 22, 24-25). Es muy significativo que s. Juan coloque en ese
mismo lugar y momento la impresionante escena del lavatorio de los pies. “Ustedes me llaman Maestro y Señor y tienen
razón porque efectivamente lo soy. Pues bien si yo, que soy el Maestro y el
Señor les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les
he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn
13, 12-15).
Fray Juan Carlos
es un miembro de la Orden agustina recoleta. Una familia religiosa muy querida
en esta arquidiócesis. Los Agustinos recoletos están vinculados a esta Iglesia
local casi desde su creación como diócesis del Zulia. Los primeros frailes
llegaron efectivamente el 10 de mayo de 1899 por invitación del primer obispo
Mons. Francisco Marvez. Recordemos sus nombres:
Julián Cisneros del Carmen, Antonio Almendariz de S Francisco Javier y
Quirino Ortiz de la Virgen Blanca. Escribe Abraham Belloso sobre cada uno de
ellos: “fueron los tres embajadores
agustinos llegados a nuestra tierra y trajeron: Julián, encendida la antorcha
de la fe; Quirino, el más joven, las flores perfumadas de la esperanza y
Antonio, el ánfora de la caridad, que dulcifica el revés. “ (Ocando
Yamarte, Historia política-eclesiástica
del Zulia, Tomo VII, inédita). ¡Las tres virtudes teologales personificadas y
hechas vidas! Fueron en ese entonces
para Mons. Marvez y luego a lo largo de estos 125 años, para todos los obispos
de esta Iglesia local, un punto de apoyo de primer orden para el trabajo
pastoral y el servicio de la caridad. Resumo la larga lista de tan beneméritos
servidores de Dios y de la Iglesia en dos nombres: Fray Jesús Galeano y Fray Jaime Quijano.
El Papa
Francisco nos pidió que dedicáramos este año a la Vida Consagrada. Magnífica
oportunidad para dar gracias al Señor por la relevante presencia en esta
Iglesia particular no solo de los Agustinos recoletos y de otras ramas de la
familia agustiniana sino de muchas Órdenes y Congregaciones masculinas y femeninas
que han sembrado su carisma en este suelo, han dado un hermoso testimonio de
vida comunitaria, de atención a los pobres y de sentido eclesial.
Ojalá sirva este
año para que cada familia religiosa recoja la memoria agradecida de su historia
entre nosotros y dé gracias a Dios por haber engalanado nuestra Iglesia con
tantos y variados dones y carismas que la embellecen y la disponen para toda
clase de obra buena. A través de su amplia gama carismática han mantenido vivas
las “utopías”, han sabido crear “otros lugares”, donde se ha vivido la lógica evangélica del don, de la fraternidad,
de la acogida de la diversidad en el amor mutuo. La vida religiosa está hecha
para recordarnos que hemos sido hechos para Dios. Solo Dios basta (CPV, VCV 85).
Todo lo demás es relativo. Que no hay ideal más hermoso que el de seguir a Cristo; que vale la pena consagrar
toda su energía vital a construir juntos la Iglesia de los pobres, con los
pobres y desde los pobres.
En este año
vamos a poner también en marcha nuestro Proyecto Arquidiocesano de Renovación
Pastoral. Contamos con ustedes, hermanos agustinos, y con todas las expresiones
de la Vida religiosa presentes en esta Iglesia para que nos ayuden, como “expertos
en comunión” que son, a vivir la espiritualidad de comunión propuesta por el
Concilio Vaticano II, el Concilio Plenario de Venezuela y S Juan Pablo II (LG
9,11-12; CIV 62,67; NMI 43). Ayúdennos, hermanos y hermanas, a hacer realidad
la construcción de esta Iglesia arquidiocesana como casa de comunión, escuela
de discipulado misionero y taller de solidaridad fraterna (VCV 92-93).
En esta sociedad
dividida, confrontada, marcada por la agresividad y la violencia fratricida,
que cobró 24000 muertos, mayoritariamente jóvenes, el año pasado, sean
pregoneros y constructores de convivencia entre las diferentes culturas,
creadores de modelos de nuevas comunidades y animadores de modos concretos de
compartir los dones y talentos que cada uno lleva consigo. Dice le Papa
Francisco en su mensaje a los consagrados:”Hay
toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias
en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y
ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y
mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino” (Carta
apostólica de Francisco con motivo del Año de la Vida consagrada No 4).
Querido Fray
Juan Carlos, no sabes cuáles son los caminos por donde el Señor, a través de
tus superiores, te pondrá a caminar para que desempeñes tu “amoris officium” como dice San Agustín. Cada
obediencia exigirá de ti una nueva encarnación en la realidad; una inmersión en
una nueva cultura; un conocimiento acertado del terreno donde echarás las
simientes del Reino; un lenguaje apropiado a los tiempos de las nuevas
tecnologías de información. Lo que sí es cierto es que, cualquiera que sea el lugar adonde vayas y
las personas que evangelices, solo encontrarás la vida dando de tu vida, sembrarás
esperanza siendo tu esperanza, pondrás amor
amando tu hasta el extremo.
Perteneces a una
nueva época de la vida consagrada, marcada por la inter congregacionalidad, la
internacionalidad, la inter culturalidad, la inserción en una sociedad más
plural y secularizada, en una Iglesia urgida de darles a los laicos su
verdadero lugar y misión. Así se expresa
Francisco: “Espero que crezca la comunión
entre los miembros de los distintos institutos. ¿No podría ser este Año la
ocasión para salir con más valor de los confines del propio instituto para
desarrollar juntos en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación,
evangelización, intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente
un auténtico testimonio profético. La comunión y el encuentro entre diferentes
carismas y vocaciones es un camino de esperanza. Nadie construye el futuro
aislándose, ni solo con sus propias fuerzas sino reconociéndose en la verdad de
una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la
ayuda mutua y nos preserva de la enfermedad de la autoreferencialidad.”
(Ibid).
Hemos escuchado
el evangelio a revelación del amor y su consiguiente comunicación: “Como el Padre me ha amado así los he amado
yo”: es decir hasta el extremo, hasta el colmo de dar la vida por ti, por
mi y por cada uno de los seres humanos de este planeta. Tanto el mandato, como
la eucaristía y el sacerdocio, todo lo entregó el Señor de una vez, por
anticipado, en el cenáculo, como expresión del colmo de su amor que se
verificaría, al día siguiente, en la cruz. Tú también eres hijo del cenáculo.
Esa noche estaba allí también tu sacerdocio ministerial. Allí ya el Señor se
hizo tu amigo, te eligió y te destinó para que fueras y te hicieras fecundo y
produjeras mucho fruto. San Agustín, tu patrono, dice en uno de sus escritos,
comentando un texto del libro de los Proverbios (23,1), que tenemos que fijarnos
en lo que el Señor nos sirve en su mesa para hacer nosotros también otro tanto
con los demás. Fíjate pues en lo que se
te está sirviendo esta tarde; considera la magnitud del don que se está
entregando y haz tú lo mismo que tu Señor. Todos los días de tu vida sacerdotal
repetirás sus palabras del cenáculo: “¡Hagan esto en memoria mía!”
Que nuestra
Señora de la Consolación, Madre del Amor hermoso, te ayude a “resplandecer en el testimonio de la
comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor
a los pobres para que la alegría del evangelio llegue hasta los confines de la
tierra y ninguna periferia se prive de su luz” (Francisco EG Oración
final).
Ntra. Sra. de la
Consolación, 17 de enero de 2015, Año de la Vida Consagrada
+Ubaldo
R Santana Sequera FMI
Arzobispo
de Maracaibo