HOMILIA DE ORDENACIÓN PRESBITERAL
DEL DIACONO ALEXIS LEON
Lecturas: Sab 9,1-18; Salmo 23; Ef
4,1-7.11-13; Jn 20,19-23
Querido hijo, querida familia, queridos
hermanos y hermanas en el Señor Jesús.
Aquí estamos, mis queridos hijos e hijas,
reunidos en asamblea celebrante, a pocos días de la gran fiesta de la Chinita,
que nos une como familia zuliana, para recibir de las manos amorosas de Dios el
don de un nuevo presbítero. Llega para apacentar junto a mí y los demás
miembros del presbiterio, este necesitado pueblo zuliano. Se cumple así una vez
más, a favor de nuestra Iglesia local, la promesa del Señor: “Yo pondré al
cuidado de mis ovejas pastores según mi corazón que las apacentarán” (Jer 23,4).
La Iglesia en Venezuela quiso declarar el
2014, año jubilar de la juventud y por eso, al ver este joven generoso que se
apresta a entregar toda su vida a Dios en el servicio de sus hermanos, me
vienen al espíritu los versículos del salmo 43, que tantas veces recité, en
latín, como monaguillo: “Tu eres mi Dios y mi fortaleza…Envíame tu luz y tu
verdad, que ellas me guíen y me lleven al altar de Dios, al Dios que alegra mi
juventud” (Sa 43,2-3).
El sacerdote es un puente que conecta el cielo
con la tierra, a Dios con los hombres y a los hombres con Dios.Un puente de
amor divino y de dedicación entera y decidida. El cumplimiento de esta hermosa
misión supone en el elegido muchas cualidades y talentos. Alexis los tiene, y
estoy seguro que desea ponerlos todos a la disposición de ese proyecto. Pero
tambiénAlexis es consciente de que lleva este tesoro en una frágil vasija de
arcilla (2 C0 4,7). Por eso quiere que, junto con él, tal como lo hace el sabio
de la primera lectura, le pidamos a Dios la gracia de su sabiduría: “Envíala
desde los santos cielos, mándala desde tu trono glorioso, para que ella trabaje
a mi lado y yo conozca lo que es de tu agrado; así ella, que lo sabe y
comprende todo, me guiará atinadamente en mis empresas y me protegerá con su
gloria. Entonces mis obras te agradarán.” (Sab 9,10-12).
Es normal que si alguien nos encomienda una
tarea y nosotros la aceptamos, procuremos llevarla a cabo siguiendo las
indicaciones, las pautas y criterios del que nos envía. En este caso es Jesús
mismo quien le pide a Alexis que, conjuntamente con el resto del presbiterio,
colabore conmigo en el cuidado de una pequeña porción del rebaño zuliano. El
rebaño no es ni mío ni de Alexis. El rebaño pertenece al Señor. Él nos indica
hacia qué pastos conducirlo, cómo
debemos alimentarlo y cómo debemos tratarlo. El Señor quiere que nos
identifiquemos tanto con él en nuestro servicio pastoral que las ovejas, al oír una de nuestras voces,
reconozcan la voz del único pastor, Jesús, y sientan que es el mismo Señor, a
través de nosotros, que las está llamando (Cf Jn 10,3). Desea que seamos
pastores cercanos, responsables y diligentes,
que conozcamos cada una de nuestras ovejas por su nombre (Cf Jn 10,14) y
estemos dispuestos a defenderlas hasta dar, si es necesario, la vida por ellas
(Cf Jn 10,11-12).
Llegar a ser sacerdote, pastor, ministro de los misterios divinos, lleva toda
la vida. No es producto, ni de nuestro ingenio, ni de nuestra voluntad, ni de
nuestras fuerzas humanas. No se alcanza esta condición por méritos acumulados o
por antigüedad. Se alcanza por contagio. Por ósmosis. Por la comunión que el
pastor logre cimentar a diario con Dios: “Yo soy la vid, ustedes las ramas.
El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto;
porque sin mí no pueden hacer nada”. (Jn 15,5).
Por eso este don se transmite a través de un
sacramento: el sacramento del Orden sacerdotal. Es el Señor mismo quien lleva a
cabo esta acción en la Iglesia, por medio de la imposición de las manos y de la
oración consecratoria del Obispo. Alexis, tienes que dejarte hacer por Dios: “como
está la arcilla en manos del alfarero así estás tú en mis manos, dice el Señor”
(Jer 18,6). En ti se da hoy una nueva etapa de la acción creadora. Adquieres
una nueva naturaleza y una nueva identidad que, con tu colaboración y
disponibilidad, se irá desarrollando a lo largo de tu vida. Dentro de poco
oirás estas palabras: “Dios que comenzó en ti esta obra buena, él mismo la
lleve a término”. (Rito de Ordenación).
El sacerdocio ministerial no es pues un oficio
que se cumple por horarios y del que en algún momento de tu vida te puedes
despojar o jubilar. El Señor no transforma una parte de tu persona ni una etapa
de tu vida. Transforma toda tu persona, todo tu ser en sacerdote. Serás “sacerdos
in aeternum”. Totalmente sacerdote para siempre. Sacerdote las 24 horas del
día, los 365 días del año, desde los pelos de tu cabeza hasta las plantas de
tus pies. El Señor se valdrá de todo tu ser, de todos tus talentos, de toda tu
creatividad e imaginación para anunciar el Evangelio de salvación, santificar a
su pueblo y fermentar este mundo con la fuerza maravillosa de su amor.
Con la ordenación entras a formar parte de un
presbiterio. No eres el único, no te toca trabajar solo, a tu manera, como te
parezca. Te unes a otros hermanos sacerdotes que han llegado primero que tu y
precedes a otros que llegarán después de ti. El presbiterio es tu nueva familia,
que no brota de la sangre ni de la carne, sino de la gran paternidad de Dios
(Cf Jn 1,13). Y por esta familia te insertas en la misión de la Iglesia
universal. (Cf DMVP 34). Todos ungidos,
todos consagrados, todos enviados, como los Doce apóstoles, con la misma misión
de Jesús: “anunciar la buena noticia a los pobres; proclamar la liberación a
los cautivos, dar la vista a los ciegos y libertar a los oprimidos.” (Lc 4,18).
La tarde del día de su Resurrección Jesús se
hace presente en medio de sus apóstoles y los envía todos juntos, los envía en
su nombre, con el soplo de su mismo Espíritu (Cf Jn 20,21). Así que también,
junto conmigo y mi obispo auxiliar, se te confía la misión de cuidar la unidad
y la fraternidad de este presbiterio, y trabajar codo a codo con tus hermanos
sacerdotes en la construcción de esta Iglesia local y de su proyección
misionera. Te invito a que asumas este compromiso cuando, dentro de unos momentos,
vayas sintiendo posarse sobre tu cabeza las manos ungidas de tus hermanos
sacerdotes.
Tenemos que ser fieles a esta intención
original de nuestro Señor. Trabajar unidos junto con el Obispo de la diócesis
para llevar a cabo el sueño de Cristo: unir a todos los bautizados en la
diversidad de sus dones, oficios y carismas y edificar un solo Pueblo de Dios; un
solo Cuerpo, un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza; un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios y Padre de todos que está sobre
todos, lo penetra todo y está en todos. Solo así, desde esta unidad vivida
existencialmente y traducida en fraternidad sacramental, en comunión afectiva y
efectiva, en comunicación real de bienes, es que podemos ser portadores del
perdón de los pecados, de la liberación de los oprimidos, de la reconciliación
de los enemigos y adversarios. En una palabra, ser portadores y constructores
de la paz.
El camino que has escogido libremente para
darle plenitud a tu capacidad de amar es el del celibato sacerdotal. Eres un
hombre normal y completo, y hubieras podido por supuesto fundar un hogar
cristiano con una buena esposa y varios hijos. Pero has descubierto, con la
gracia de Dios y la ayuda de la Iglesia, que tu ideal cristiano y humano va por
otro camino (Cf Mt 19,11). No todos te comprenderán. Habrá quien te critique y
quien hasta se burle de ti. Estás rodeado de un ambiente hedonista y
materialista que te va a tentar de mil maneras para que busques tu propia
complacencia, te atragantes de sexo y te entregues al placer del consumismo sin
límites.
Muchos piensan que el celibato es una
imposición arbitraria e inhumana de las autoridades jerárquicas. Es bueno
recordar que existe en otras tradiciones de la Iglesia el ministro ordenado casado. En nuestra tradición
occidental sin embargo se ha cultivado, desde hace siglos, el sacerdocio célibe
como una opción valiosa. Se fundamenta ante todo en el mismo estilo de vida
asumido por Jesús. Jesús vivió célibe, dedicado totalmente a los asuntos de su
Padre del cielo (Cf Lc 2,49) y al proyecto del Reino de Dios. Se trata de
seguir esta forma de vivir de nuestro Señor y
de amar como Él a los hermanos,
de corazón a tiempo completo.
Tiene también un fundamento pastoral. Por
medio de una vida célibe el sacerdote puede dedicarse con plena libertad, con
todo su ser, haber y poseer a servir a los hermanos en la Iglesia, libre de
toda atadura y de cualquier otro tipo de obligación. Ser célibe no lo hace
menos hombre. Hay muchos seres humanos que, por otras razones, escogen esta
forma de vida para poder dedicarse con mayor libertad y entrega a la
realización de sus proyectos. Pensemos en la gran figura del Doctor José
Gregorio Hernández.
Para vivir con gozo y fidelidad, no solo tu
celibato sino todo tu ministerio pastoral y hacer de él una encarnación
del amor de Dios en la vida de los
hombres, necesitarás una sólida y bien fundamentada vida espiritual. Este es el
secreto para ser fiel a tu vocación hasta la muerte. No dejes nunca la oración
personal y comunitaria para un segundo o tercer lugar. Siempre deberá estar de
primero en tu agenda y en tu corazón. Acuérdate del sabio consejo del salmista:
“Si el Señor no construye la casa, en vano se esfuerza los albañiles. Si el
Señor no protege la ciudad, en vano vigila el centinela” (Salmo 127,
1).
En conclusión son
cinco condiciones que debe reunir el buen pastor: en primer lugar, el amor: fue
precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para
entregarle el cuidado de su rebaño (Cf Jn 21,15-17). Luego, tener entrañas de
compasión y misericordia ante las necesidades de las ovejas, sobre todo las
alejadas, las cansadas, las abandonadas y desorientadas (Cf Mt 9, 36). En
tercer lugar, alimentarlas sólidamente con la Palabra y la Eucaristía (Cf Salmo 23). En cuarto lugar
no cansarse de buscar con pasión, todos los días, la santidad y la integridad
de vida. Finalmente una viva y entrañable espiritualidad mariana
Tu ordenación tiene
lugar dentro del ambiente festivo de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Colócate a
su lado, como S. Andrés apóstol, S.
Antonio de Padua y tantos millares de devotos y peregrinos. Ella, a su vez, te envolverá
en su amor maternal y llenará abundantemente de bendiciones este día. Cristo
Jesús, en la persona de Juan, te la entregó en el calvario para que fuera tu
madre (Cf Jn 19, 26) y, en Juan, te entregó a ti también a ella para que te
cuidara con solicitud incansable. Desde hoy, mucho más que antes, ella se
encargará de ti. Acógela; confíale cada día tu sacerdocio; camina presuroso a
su lado en la larga y misionera visitación de tu ministerio sacerdotal. Ella te
conducirá a Jesús, te enseñará a amar a la Iglesia, te mostrará cómo amar a los
pobres y defenderlos y te mostrará el camino del Reino de los cielos.
¡Dios te bendiga,
hijo, que hoy entras a formar parte del cuerpo de pastores por la divina gracia
del Señor!
Maracaibo 15 de
noviembre de 2014.
+Ubaldo R Santana
Sequera FMI
Arzobispo de
Maracaibo
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