DOMINGO
DE RAMOS DE 2018
HOMILÍA
Muy queridos hermanos,
Hoy Jesús llega a Jerusalén
para cumplir la misión para la cual lo envió su Padre al mundo. Vamos a vivir
con él la última semana de su ministerio, antes de enfrentar su pasión
dolorosa, su cruz, su muerte y su sorprendente y admirable resurrección. Con el
inicio de la Semana Santa, nosotros también estamos llegando al término de
nuestro camino cuaresmal.
En el primer momento de esta
liturgia, hemos contemplado a nuestro Señor entrar, a lomo de borrica, en la
ciudad santa, al son de gritos y aclamaciones. La Iglesia desea que
contemplemos bien al que entra. No es un personaje cualquiera. Las lecturas
escogidas para este día nos dicen que se trata de una persona humilde y
paciente, pero firme y tenaz en su entrega. Lo llama un siervo de Dios, bien
dispuesto a llevar a cabo la misión encomendada y bien capacitado para ella. Posee
la lengua de discípulo que sabe llevar, en nombre de Dios, consuelo al abatido.
Cuenta con un oído despierto y atento a la voluntad de Dios y a los
sufrimientos de su pueblo. Su confianza en Dios que lo envía es tal que acepta
el sufrimiento que trae consigo el cumplimiento de su misión y enfrenta con
valentía y abandono los ultrajes que le infligen para acallarlo.
Pablo, en la segunda
lectura, le pone nombre a ese servidor. Es Jesús. Y nos pide que lo
contemplemos primero en el trayecto que lo lleva desde el sublime sitial de su
divinidad a la más sumisa condición de esclavo y luego en su ascensión gloriosa
cuando su Padre lo levanta de la muerte y lo coloca en el puesto supremo que
merece la adoración y la alabanza de toda la creación. Este recorrido de Jesús, a la gloria por el
vaciamiento de si mismo, es la manera de Dios de decirnos cuánto y hasta donde nos
ama y nos quiere arrancar de lo más bajo de nuestra condición pecadora para hacernos
entrar en su vida trinitaria.
El relato de la Pasión según
S. Marcos tiene dos partes bien distintas: en la primera, Jesús lo acompañan
sus discípulos; en la segunda, a partir de su prendimiento en el jardín de
Getsemaní (Mc 14,50) cuando sus discípulos huyen, queda solo, a merced de sus
adversarios. Todos los personajes que saldrán en su ayuda serán gente nueva: Simón
de Cirene, el oficial romano, José de Arimatea y tres de sus seguidoras.
Con este relato, Marcos,
fiel al propósito de su evangelio, nos quiere llevar al corazón de la fe
cristiana. El encargado de proclamarla será el oficial romano encargado de
llevar a cabo la ejecución del reo. De su boca sale cuál es la verdadera
identidad del crucificado: “Realmente
este hombre era Hijo de Dios” (Mc. 15,39). Esta profesión de fe no la hace
ninguno de los discípulos. No la hacen las mujeres acongojadas y llorosas. La
hace sorprendentemente un pagano.
Uno de los elementos
fundamentales de la pasión del Señor es la soledad. Jesús va a vivir el
abandono, la desolación espantosa.
Aquellos que lo debían de acompañar en Getsemaní se durmieron, en el
Gólgota ya no estaban. En su momento más desolador Jesús está rodeado de
enemigos que lo odian, lo desprecian y buscan, a como dé lugar, su ejecución y
muerte.
Hay mucho que aprender en la
pasión del Señor sobre la condición humana: la debilidad humana; la necesidad
de orar y velar permanentemente para poder afrontar las pruebas “porque el espíritu está dispuesto, pero la
carne es débil” (Mc 14,38). El evangelio de hoy nos revela también la
necesidad, para poder ser verdaderos discípulos de Jesús, de acompañarlo hasta
el pie de la cruz. Sólo, allí, al pie del crucificado, es donde se puede
descubrir, con el centurión romano, su verdadera identidad. No se puede ser
discípulo a medias tintas, solo en la parte fácil del recorrido del Maestro y
eximirse de seguirlo en sus horas amargas y oscuras. Hay que ir con él hasta el final; hacer esa
opción radical por él, que nos lleva donde quizá no queríamos ir, con quien
quizá no queríamos estar y hacer lo que quizá no queríamos emprender.
Si nosotros también
aceptamos hacer el camino completo de ese viacrucis, se nos abrirán los ojos y
se nos ablandará el corazón para descubrir en ese siervo sufriente, anunciado
por Isaías, que muere ignominiosamente como un vulgar asesino en la cruz, entre
dos ladrones, al Hijo de Dios, al Mesías, al Señor. Entonces la Cuaresma habrá
alcanzado en nosotros su cometido y nos habrá llevado al término del camino. El
descarnado relato del evangelista nos lleva a nosotros también a medir la
autenticidad de nuestra fe y la fuerza de nuestra determinación cuando nos
declaramos cristianos, es decir discípulos y seguidores de Jesús. ¿Somos
semi-discípulos o discípulos completos? ¿Seguidores en las maduras y “si te veo
no te conozco” en las verdes?
Hermanos míos, no
desaprovechemos esta gracia inmensa que se nos otorga de celebrar esta semana
mayor 2018. Cada uno de estos días santos, al rememorar lo que le tocó al Señor
vivir, meditemos y reflexionemos sobre lo que significa nuestra condición
discipular y tomemos muy en serio la respuesta que le vamos a dar. No nos vaya
a pasar lo que le ocurrió al pueblo de Jerusalén, que el domingo coreó y alabó
a Jesús como Mesías, en las puertas de la ciudad, y el viernes siguiente,
instigado por infiltrados pagados por las autoridades religiosas del momento,
pidieron su ejecución.
Fíjense, que este
comportamiento es muy parecido al de los discípulos. Mientras Jesús les hizo
milagros y curaciones y se presentó triunfante y poderoso, lo vitorearon, pero
en cuanto apareció débil y derrotado lo abandonaron. Ya el mismo Señor lo había
anunciado en varias oportunidades y la visión anticipada de lo que iba a
suceder, estando ya en las cercanías de la ciudad santa lo hizo llorar (Lc
13,41) y de su corazón brotó este amargo reproche: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te
han sido enviados! ¿Cuántas veces quise reunir a tus hijos como una gallina
reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no quisiste?” (Mt. 23,37).
Que a nosotros no nos pase
lo mismo. La agobiante incertidumbre que vivimos en Venezuela, la búsqueda
cotidiana de comida, de medicinas, de efectivo, de transporte; el dolor de ver
partir lejos a nuestros seres queridos; la inseguridad de todo tipo que nos
rodea, nos puede llenar el corazón de resentimiento, de odio y de malos deseos
en contra de los que consideramos culpables de nuestra miseria y abandono. Es
grande la tentación de buscar el pan a cualquier condición, de enfrentarnos
unos contra otros, de crear más barreras y divisiones de las que ya existen. Corremos
el riesgo de perder el tesoro más grande: la paz interior y la tranquilidad
necesaria para ser receptivos a lo que Dios nos quiere decir a cada uno de
nosotros.
La Pasión del Señor continúa
hoy en la vida sufriente y dolorosa de los venezolanos y de tantos pueblos del
mundo. Son muchas las personas y los lugares que hacen realidad lo que Jesús
vivió en la última parte de su vida terrenal. La lista de sufrimientos es
larga, las víctimas innumerables, Bien decía un escritor, la pasión de Cristo
durará hasta el fin del mundo. Mucha maldad, mucho odio que redimir, muchos
Caín que perdonar, muchos Pedro que rescatar. Que nuestra
desolación no nos haga insensibles al grito de los que sufren más que nosotros:
nuestros niños desnutridos y en grave peligro de muerte, nuestros ancianos
abandonados por los que se van y los dejan solos, los presos por manifestar sus
convicciones políticas.
Que los ramos que llevamos
en las manos-que este año ha costado conseguir- y esta misa de la Pasión nos disponga
a vivir esta semana santa, no como espectadores indiferentes sino desde dentro,
desde el mismo corazón doliente del Señor. Que la fuerza de amor que brota del
crucificado penetre hondo en nosotros, para que no nos devore el miedo, no nos
asfixie la desesperanza, no nos divida el odio, no nos malee la desconfianza,
no nos contamine la tristeza y no nos apague el amor y la solidaridad.
En esta semana mayor, del
amor en mayúscula, como nos invita la Campaña Compartir, hagámonos cercanos,
sensibles, de los que necesitan nuestra cercanía y amistad. Judas se valió de
gestos tan entrañables como el abrazo y el beso para traicionar. Que nuestros
besos y abrazos sean para hermanar, acoger, integrar. Ese fue el camino
recorrido por el Beato Arnulfo Romero, arzobispo de S. Salvador, cuyo martirio
recordamos ayer. Ese es el camino completo de quien quiere seguir del Señor. Vayamos
con él juntos hasta el final.
Catedral de Maracaibo 25 de
marzo de 2018
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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