PRIMER DOMINGO DE
ADVIENTO CICLO B 2017
HOMILÍA
Muy queridos hermanos,
Hoy, con la
celebración del primer domingo de adviento, se inicia un nuevo año litúrgico
para la Iglesia católica. Son cuatro semanas para prepararnos a las dos venidas
del Señor: la de Navidad y la del final de los tiempos. Es un tiempo muy
hermoso que exige que lo entendamos bien y lo vivamos con intensidad. que tiene
su sentido propio pero que corre el riesgo de pasar desapercibido, por la
fuerza publicitaria de la otra navidad: la navidad comercial y consumista.
La sociedad
liberal y consumista nos ha impuesto hasta ahora su propio concepto de Navidad,
que ha ido dejando progresivamente fuera el acontecimiento cristiano central:
el nacimiento del niño Dios en Belén. En su lugar nos ha venido ofreciendo otro
programa totalmente pagano, centrado en el consumo, las comidas, la fiesta, los
viajes y los regalos. Nos ha impuesto personajes y animales como Santa, los
trineos y los renos, o figuras de la nueva era como el espíritu de navidad, que
son totalmente ajenos a nuestra cultura y a nuestra fe. Muy bien podríamos
aplicar al comportamiento de muchos católicos en esta época el reproche que
Dios le dirige a su pueblo por boca del profeta Isaías: “Sus solemnidades
y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más” (Is
1,14)
Gracias a Dios
no falta también el hermoso testimonio de familias cristianas que viven esta
época centrada en el cultivo de la fe, el cultivo de los valores familiares, en
el compartir con los más necesitados y desvalidos, la dedicación más intensa a
los niños, a los adolescentes y a los abuelos.
Es bien cierto
que todo este aspecto comercial y consumista, de fiesta y de viajes, de comidas
y estrenos se ha venido a menos por la aguda crisis económica que sacude el
país, por el éxodo masivo de venezolanos a otros países y la consiguiente
dispersión de la familia; por la creciente dificultad para desplazarse dentro y
fuera del país, por la carestía de alimentos y medicinas, por los inalcanzables
costos de los platos tradicionales.
Pero no hagamos
de nuestro adviento y las próximas navidades un tiempo de lamento y de quejas
porque no tenemos esto y lo otro. El Señor sigue viniendo a nuestra vida. El
Señor sigue haciéndose, Enmanuel, uno de nosotros. Camina con nosotros y
alimenta nuestra esperanza. Con la fuerza de su luz aprendamos a interpretar
estos acontecimientos y a encontrar, de manera creativa y sencilla, cómo no
perder el sentido festivo y de alegría que trae siempre la presencia de Dios
entre los seres humanos.
Para entrar en
esta perspectiva los invito a acoger con apertura de mente y corazón el mensaje
contenido en las lecturas de este domingo. Los textos bíblicos nos hablan de
otra venida, la segunda, llamada la parusía, que será el final definitivo de
toda noche, porque Dios mismo se manifestará en plenitud al mundo y llevará a
término el Reino de Dios.
El evangelio nos
habla de un dueño de casa que se ausenta y deja a sus servidores y al portero
encargados de cuidarla y atenderla durante su ausencia. Les entrega
atribuciones, dice el texto, y espera que mientras dure su ausencia, cumplan su
trabajo con gran diligencia y responsablemente.
El dueño de la
casa es el mismo Cristo. Y nos da a entender en qué sentido sus discípulos han
de entender ese tiempo que dura su ausencia y su repentino retorno. No es una
espera pasiva, sin hacer nada. No. Se trata de una espera activa. Pablo alude a
esta manera de esperar el retorno de Cristo en el texto que acabamos de
escuchar, tomado del inicio de la carta a los Corintios. Han de esperar, dice
el apóstol, que Jesucristo el Señor se manifieste poniendo por obra todos los
dones con los que han sido enriquecidos, tanto en el orden de la predicación
como de la acción evangelizadora.
Hermanos, en
este último discurso de Jesús antes de afrontar su pasión, no se nos dice
cuándo y cómo concluirá la historia de este mundo. Lo que si nos dice
claramente es cuál ha de ser la actitud ante el anuncio de la venida del Señor.
El retorno del Señor no es un acontecimiento que los cristianos tengamos que
esperar pasivamente. Al contrario, esta
venida ha de incidir directamente en la manera cómo vamos a vivir y a actuar en
el momento actual.
No nos dejemos
envolver por el miedo y el terror ante el anuncio de las grandes catástrofes ni
por las trágicas visiones de los profetas del desastre. ¡Estemos atentos! La
mejor manera de contar con el beneplácito del dueño de la casa cuando se
presente y pida cuenta de nuestra gestión al frente de ella, es la aprovechar
cada día de nuestra vida en hacer presente, viviendo como hermanos en
comunidad, con la fuerza que nos comunica la Palabra, la eucaristía y el amor
solidario, esas atribuciones que el Señor lleno de confianza nos ha entregado.
Hemos dicho
anteriormente que el dueño de la casa es nuestro Señor Jesús. Añadamos que la
casa es el mundo, la Iglesia, nuestra casa familiar, nuestro corazón. Todas
esas tareas tienen todas que ver con la transformación de este mundo para que
sea una gran casa común donde vivamos en paz, como hermanos, compartiendo los
bienes de esta creación. Tienen que ver con el empeño de hacer de nuestra
Iglesia un gran faro de luz que sirva de guía a los que la busquen y tengan
necesidad de ella. Tienen que ver con la misión de hacer de la familia el
santuario de la vida, la escuela de humanidad, el núcleo fundamental de la
cultura solidaria y fraterna. Tiene que
ver con la convicción alegre y fiel con la que cada uno de nosotros se
considere ese servidor, ese administrador entregado a fondo a su tares y
buscando sacar provecho de sus talentos y dones en beneficio del bien común y
del bienestar de todos.
¡Estemos
atentos! ¡No podemos esperar con los brazos cruzados! Tampoco podemos delegar
en otros lo que nos corresponde hacer. ¡Seamos responsables con los encargos y
dones que Dios nos ha dejado! Mantengámonos firmes y activos, alegres y
esperanzadores hasta el final. Así viviremos nuestra vida en tensión vigilante,
responsable y activa, volcados hacia un cumplimiento que para nosotros aún no
se ha realizado, pero del cual tenemos, en Jesucristo, la maravillosa certeza
de que llegará y nos colmará a todos de inmensa alegría.
Maracaibo 3 de
diciembre de 2017
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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