HOMILIA DE NAVIDAD 2017
Muy amados hermanos,
“¡Hoy hemos visto cosas maravillosas!” exclamaron los pastores al regresar aquella bendita noche de la gruta de Belén. ¿Qué habían visto? A una mamá, a su esposo y a un niño recién nacido acostado en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Pero ellos dicen que vieron cosas maravillosas! Lo que vieron podía llamarles la atención por lo extraño y particular de la ubicación de ese nacimiento y la cuna del niño, pero no maravillarlos.
Entonces ¿qué fue lo que vieron que los maravilló? Para saberlo hay que a la buena noticia que un ángel les hizo de parte de Dios aquella noche, después de ser envueltos en la gloria y la luz del Señor. Es sin duda algo maravilloso, para unos pobres pastores nocturnos, verse envuelto en la gloria y la luz del Señor y recibir un anuncio en un contexto tan solemne de parte de un ángel. Pero el anuncio no decía que esa manifestación divina era lo maravilloso. Había algo más que no habían visto aún. Además, no se trababa de cualquier noticia, de una noticia más. Era una noticia de tal magnitud que los llenaría de alegría no solo a ellos, ni a unos poquitos sino a todo el pueblo. Y ¿cuál es esa famosa noticia que les causó tanta alegría que empezaron a difundirla por donde iban pasando?
Precisamente lo que vieron: “un niño acostado en un pesebre y envuelto en pañales”. Era la señal que les había dado el ángel: “encontrarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. En ese lugar inhóspito, en ese atuendo tan común, yacía un niño y en él reconocieron nada menos que “el Salvador, el Mesías, el Señor”. Todo coincidía con las palabras del ángel y el grandioso coro del ejército celestial. Ellos eran los primeros en enterarse de una noticia que sobrepasaría los estrechos límites del pequeño pueblo de Belén, incluso de toda Palestina y se difundiría en el mundo y la creación entera.
Y ¿cómo unos hombres iletrados sin preparación alguna pudieron ver en ese niño al Mesías, al Señor, al Salvador? Porque primero “fueron envueltos en la luz y en la gloria del Señor”. Con los ojos de la tierra vieron un niño, con los ojos de la fe vieron al “Mesías, al Señor, al Salvador”. Fue esa misma luz la que hizo que volvieran de Belén glorificando y alabando a Dios “por lo que habían visto y oído y todo los que oyeron los que decían los pastores quedaban a su vez maravillados".
Ellos fueron los primeros pobres evangelizados que gozaron de la dicha de ver lo que otros no ven y oír los que otros no oyen, anunciada por Jesús en su primera bienaventuranza. Evangelizar a los pobres será precisamente la misión primordial asumida por Jesús. “He sido enviado para evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Mientras Augusto convocaba un censo para empadronar a la colonia judía y cobrarles más impuestos y Herodes cometía toda clase de crueldades para proteger su trono, el Señor llevaba a cabo con los pequeños lo que ya había cantado su madre María cuando visitó a Isabel: “Derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes” (Lc 1,52).
Ellos fueron los primeros en pasar por el nuevo puente, cantado por el coro de los ángeles, la escala soñada por Jacob (Gen 28,12), e inaugurado por el Hijo de Dios hecho hombre (Cf He 10,20), por el que, esta vez para siempre, quedarían comunicados los hombres con Dios, el cielo con la tierra, las criaturas con el salvador. Lo que el salmista anunció en el antiguo testamento en futuro, con el inicio del Nuevo se ha vuelto una realidad: “La salvación ya está entre sus fieles, y la Gloria de Dios habita en nuestra tierra. El amor y la verdad se dan cita, la justicia y la paz se besan, la verdad brota de la tierra, la justicia se asoma desde el cielo… ¡Nuestra tierra da su cosecha!” (Sal 85). ¡Por fin se abrían los cielos y las nubes llovían la salvación! (Cf Is 45,8; 55,10-11).
Estos humildes pastores, figuras descalificadas y de baja credibilidad en su época, se transformaron, a su vez, en los primeros evangelizadores, junto con María y José. Fueron los primeros en difundir la buena noticia, el evangelio de la anhelada llegada del Mesías a su pueblo. Hacían suya, sin saberlo, la hermosa poesía del salmista: “Cada generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas. Alaban ellos tu esplendorosa majestad y yo recito tus maravillas. Celebran la memoria de tu inmensa bondad y aclaman tu victoria y yo narro tus grandezas” (Sal 145). Les tocaba a ellos ahora difundir la gran noticia del advenimiento del Salvador a este mundo.
Nosotros también estamos convocados a seguir difundiendo esta gran noticia que retumbó en la noche estrellada de Belén. Como los primeros pastores, “vayamos a Belén a ver lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer”. Que el Señor nos envuelva también en el esplendor de su gloria y se abran luminosos nuestros ojos de la fe para que, así como lo pastores, en aquel pobre establo de Belén, vieron estallar la fuerza de la vida y de la esperanza, sepamos también nosotros descubrir la presencia del amor salvador de Jesús en las manifestaciones sencillas y pequeñas de la vida cotidiana.
Grandes calamidades se están abatiendo sobre nosotros. Pero hoy no es el día para desgranar las cuentas de los misterios dolorosos de los venezolanos. Hoy es el día para celebrar con renovado gozo la Natividad de nuestro Señor. Nuestra fe y nuestra esperanza siempre han de ser más grande que nuestros dolores y sufrimientos.
Es muy posible que la Navidad de este año se parezca más a la navidad original, la de Jesús, y menos a las navidades comerciales y a sus personajes consumistas. Si tenemos a Jesús con nosotros tenemos la luz y la esperanza del mundo. “Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, la inseguridad, la violencia? De todo esto saldremos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado…Ni las alturas ni las profundidades ni cualquiera otra creatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8, 31-39).
La celebración de la verdadera Navidad da fuerzas, infunde ánimo, alimenta nuestra esperanza. Y ella siempre está a nuestro alcance. La alegría de Navidad está en abrir con generosidad las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa para que entre el Señor, y con él, la salvación llegue a nuestra familia y a nuestra patria.
No digamos que no es Navidad porque no tenemos regalos que dar ni recibir. Compartamos solidaridad. Compartamos esperanza. Compartamos ánimo y consuelo. Ayudémonos a llevar nuestras cargas los unos a los otros. Regalémonos perdón, olvido de ofensas, reconciliación entre hermanos. Vayamos al encuentro de los niños abandonados, de los ancianos desamparados, de los enfermos no visitados. Fortalezcamos nuestras amistades. Démosle mayor atención y unidad a nuestra familia.
Que Navidad se transforme en un acontecimiento de tal magnitud que deje una huella profunda en nuestra manera de pensar, de vivir, de relacionarnos con los demás seres humanos. Que penetre tan profundamente en nuestra vida personal y comunitaria que nos empuje a colaborar con Dios, con esperanza y gran empeño, en su plan de salvación. Hay mucho que construir juntos, hay mucho que emprender con ahínco y tenacidad, hay muchos seres humanos que serán más humanos y más hermanos si nos damos como propósito, en el 2018, ir contando como los pastores, lo que hemos visto y oído, la buena nueva de la presencia salvadora de Dios. Un amor único que vino para quedarse.
Maracaibo 25 de diciembre de 2017
+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Arzobispo de Maracaibo
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