Homilía en la
bajada de la imagen de La Chinita.
Hermanos y hermanas en N. S. Jesucristo:
“El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una gran luz” (Is 9, 1). Querido pueblo católico del Zulia que hoy, lleno de gozo en el Señor y henchido de gratitud hacia la Madre de Dios, celebra hoy la Bajada de la venerada imagen de La Chinita, estas palabras del profeta Isaías que acabamos de escuchar, pronunciadas en un momento histórico oscuro para el pueblo de Israel, se refieren al anuncio del nacimiento de un niño, el Emmanuel, el Dios con nosotros (cf. Is 7, 10-16), que nacerá de una virgen y traerá la liberación del mal, la justicia, la paz y la alegría. Esta profecía tendrá su cumplimiento siete siglos después de haber sido pronunciada con el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Hijo de Dios, nacido de María la Virgen. Este nacimiento no hubiese sido posible sin el consentimiento de aquella muchacha de Nazaret llamada María que responde al ángel, desconcertada momentáneamente, pero llena de fe y humildad, con las palabras “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Decía San Bernardo que en las manos de María estaba el precio de nuestra salvación, de su consentimiento dependía que fuésemos liberados del pecado, de su respuesta que se nos devolviera la vida (cf. Homilía 4, 8-9). Afortunadamente ella dijo sí y se nos abrieron las puertas del cielo. Por eso, desde un principio el pueblo cristiano sintió profunda veneración por aquella mujer privilegiada por Dios, elegida para ser la madre del Salvador, que acompañó a su Hijo hasta el pie de la cruz y a la Iglesia después de la resurrección y que la sigue acompañando siempre como una madre amorosa que vela por sus hijos. “Ella –dice el papa Francisco- es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios” (Exhortación ‘Evangelii Gaudium’, EG, 286).
“El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una gran luz” (Is 9, 1). Querido pueblo católico del Zulia que hoy, lleno de gozo en el Señor y henchido de gratitud hacia la Madre de Dios, celebra hoy la Bajada de la venerada imagen de La Chinita, estas palabras del profeta Isaías que acabamos de escuchar, pronunciadas en un momento histórico oscuro para el pueblo de Israel, se refieren al anuncio del nacimiento de un niño, el Emmanuel, el Dios con nosotros (cf. Is 7, 10-16), que nacerá de una virgen y traerá la liberación del mal, la justicia, la paz y la alegría. Esta profecía tendrá su cumplimiento siete siglos después de haber sido pronunciada con el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Hijo de Dios, nacido de María la Virgen. Este nacimiento no hubiese sido posible sin el consentimiento de aquella muchacha de Nazaret llamada María que responde al ángel, desconcertada momentáneamente, pero llena de fe y humildad, con las palabras “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Decía San Bernardo que en las manos de María estaba el precio de nuestra salvación, de su consentimiento dependía que fuésemos liberados del pecado, de su respuesta que se nos devolviera la vida (cf. Homilía 4, 8-9). Afortunadamente ella dijo sí y se nos abrieron las puertas del cielo. Por eso, desde un principio el pueblo cristiano sintió profunda veneración por aquella mujer privilegiada por Dios, elegida para ser la madre del Salvador, que acompañó a su Hijo hasta el pie de la cruz y a la Iglesia después de la resurrección y que la sigue acompañando siempre como una madre amorosa que vela por sus hijos. “Ella –dice el papa Francisco- es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios” (Exhortación ‘Evangelii Gaudium’, EG, 286).
Esta
maternidad se hizo signo visible en la Maracaibo de principios del siglo XVIII,
cuando en un día del año 1709 –historia bien conocida por todos- una anciana
recogía en las orillas del lago una tablita que una vez colocada en la pared de
su casa, en un luminoso 18 de noviembre, de manera milagrosa, mostraba
claramente la figura de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, tal como lo
describe hermosamente el insigne poeta zuliano Jorge Schmidke:
“La sacra
reliquia, de Dios mensajera, viajó sobre el lago, llegó a la ribera; y una
lavandera, piadosa y sencilla, cogió la tablilla, la llevó a su casa sin saber
lo que era y tapó la roja tinaja de arcilla. Pero la tablilla, de Dios
mensajera, sonó en la tinaja de la lavandera; y ante el ruido extraño, la mujer
sencilla tomó la tablilla, secó la madera, y al fijarse en ella descubrió lo
que era. ¡Milagro, milagro, dulce
maravilla!, gritó a los vecinos la mujer sencilla. ¡Es la Santa Virgen, de Dios mensajera, la Sacra
Madona que el mundo venera! ¡Miren como luce! ¡Miren como brilla! Y el pueblo,
ferviente, dobló la rodilla, clavó sus miradas en la azul esfera, le dio una
Corona, le alzó una Capilla, y a nada le teme, porque en su alma brilla la
dulce Chinita, de Dios Mensajera”.
Y desde estos memorables acontecimientos, así
descritos por el poeta, la devoción mariana del pueblo maracaibero y de toda la
provincia se volcó en la veneración de aquella imagen de la tablita. A partir
de entonces, ella reina como madre en los corazones de cada zuliano, en su
cotidianidad y en los grandes acontecimientos, realizando el Señor, por su
intercesión, numerosos prodigios en favor de sus hijos que a ella acuden en sus
necesidades. Ella nos muestra en su regazo al Hijo, y con el rosario en su mano
derecha nos invita a transitar los misterios de la salvación que nos conducen
por el Hijo y en el Espíritu al encuentro con el Padre en el trajinar de cada
día, con la mirada puesta en la eternidad y la gloria. Ella vela por nosotros
como madre protectora en los peligros, en las angustias y en nuestras
necesidades; acompaña nuestras alegrías y nuestros logros y nos llena de
esperanza en el tortuoso camino de las dificultades y de las sombras.
Como
testimonio del amor que el pueblo zuliano siente por La Chinita, cada año,
desde hace más de tres siglos, una multitud entusiasta de fieles, plena de
devoción, participa de las celebraciones, que tienen como centro el 18 de
noviembre. Antecediendo a ésta, con indecible alegría, se realiza la bajada del sagrado ícono, que
inauguran las solemnes festividades, la tradicional “Bajada de la Virgen”, que
hoy estamos celebrando. Este año la fiesta de La Chinita tiene una impronta particular:
el Sr. Arzobispo de Maracaibo, el día de la fiesta, declarará a la Basílica de
N. S. de Chiquinquirá Santuario Arquidiocesano, lugar de encuentro y de oración
donde zulianos y visitantes con particular devoción rinden veneración a la
Madre de Dios. Asimismo, este año transcurre el septuagésimo quinto (75°)
aniversario de la solemne coronación de la imagen de la Virgen de Chiquinquirá.
En efecto, un 18 de noviembre de 1942, con la presencia del episcopado
venezolano en pleno y del Nuncio Apostólico, fue coronada la venerada imagen.
Se dio cumplimiento así a una disposición del 16 de julio de 1917 del Papa
Benedicto XV, con la que respondía a una solicitud del entonces Obispo del
Zulia, Mons. Arturo Celestino Álvarez. Fue aquel 18 de noviembre de hace 75
años cuando por primera vez se escuchó entonar el himno de la Chinita: “Gloria a Ti, casta Señora; de mi pueblo
bravo y fuerte; que en la vida y en la muerte; ama y lucha, canta y ora”.
Ahora
bien, celebrar estas realidades maravillosas en honor a la Madre del Zulia no
implica ignorar la realidad que nos circunda y la situación en la que nos
encontramos. El papa Francisco afirma
que el anuncio del Evangelio y la experiencia de vida cristiana, que tiene como
centro el amor, deben tener consecuencias sociales (cf. EG, n. 180). La
propuesta cristiana es el Reino de Dios, que Cristo ha venido a traer: “En la medida en que Él logre reinar entre
nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de
dignidad para todos”. Esta enseñanza constituye un desafío para nosotros
los cristianos, en el contexto de la profunda crisis política, económica,
social y moral del país y que requiere de todos un esfuerzo que ayude a
superarla. En su salutación al pueblo zuliano, con ocasión de las fiestas de
este año en honor de La Chinita, nuestro querido arzobispo y su obispo auxiliar
nos han recordado que “el encuentro con
ella se da este año en un contexto de
grandes dificultades. La región, al igual que todo el país, está sumida en una
grave crisis alimentaria, sanitaria y de inseguridad jurídica y civil. Nuestro
pueblo pasa hambre, se enferma, se angustia porque no consigue los medicamentos
que necesita. Miles de zulianos han tenido que abandonar el país, buscando en
otra parte lo que su nación no les ofrece”. Por eso, los pastores de la
iglesia marabina han querido colocar las fiestas de este año en honor de La
Chinita bajo el signo de la caridad de María, que cual madre amorosa y
compasiva vela por sus hijos, llena de misericordia, y como buena samaritana
los socorre en sus necesidades. En ese mismo mensaje nos han pedido nuestros
obispos que en este homenaje a nuestra patrona no nos limitemos a “contemplar sus innumerables milagros y
favores de mujer samaritana, sino que queremos aprender de ella a ser nosotros
cristianos y cristianas más conscientes de la dignidad de todo ser humano, más
solidarios los unos con los otros, (…), más fraternos, más capaces de perdón y
de reconciliación. En una palabra, ofrecerle un rosario viviente de caridad”.
Esto debe traducirse en una acción social de la Iglesia y de los cristianos más
comprometida y mejor organizada en favor de los más necesitados.
Junto a esta
transformación de cada uno de nosotros en la caridad, a la que nos invita el
ejemplo de María, aprovechemos la ocasión de este homenaje a la Chiquinquirá
para pedir su intercesión para que mueva
los corazones de los que nos gobiernan, para que ejerzan su oficio velando por
el bien común y los intereses del pueblo
que los eligió, más allá de sus propios intereses y de sus ambiciones de poder
y de dominio. En este sentido quisiera subrayar lo que los obispos de Venezuela,
en un reciente comunicado con referencia a las recientes elecciones regionales,
hemos afirmado: que “el pueblo tiene
derecho a exigir de la dirigencia política que se ocupe primordialmente de sus
necesidades más sentidas, las conozca más de cerca, las experimente y le
ofrezca un proyecto de país coherente, fundamentado en la justicia y el bien
común sin exclusiones. Elevamos nuestra oración al Dios que alienta nuestra
esperanza ante los serios problemas que afectan a nuestra sociedad y que causan
angustia y desánimo en muchos corazones” (Comunicado CEV ante los comicios
regionales, 19.10.2017). Pero pidamos también a La Chinita para que los
empresarios y los comerciantes sean honestos y solidarios y no contribuyan, con
la cadena de desmedidos aumentos de precios, a agravar la situación de pobreza
creciente y progresiva que agobia al pueblo venezolano.
Hermanos y hermanas de
Maracaibo y del Zulia, que esta solemne
‘Bajada de la Chinita’ abra nuestros corazones a la Madre que nos ama, nos
cuida y nos conduce al encuentro con Jesucristo y al encuentro fraterno y
solidario con los hermanos. Que ella nos
asista para que nuestra palabra y testimonio de vida sean portadores del amor
misericordioso de Dios a los demás. A ella, a nuestra amada Chinita, le decimos
con el Papa Francisco: “Estrella de la
nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y
generosa, de la justicia y del amor a los pobres, para que la alegría del
Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive
de su luz. Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los
pequeños, ruega por nosotros. Amén. (EG, 288). ¡Viva La Chinita!
Maracaibo, 28 de octubre de 2017.
†
Freddy J. Fuenmayor S.
Obispo de Los Teques
Muy buena reflexión para ambos factores principales que tienen nuestro país en tan grave situación. Pidamos por la intercesión de Nuestra CHinita... #Zulia #Venezuela ;>) @FELiendo16
ResponderEliminar