PRIMER DOMINGO DE
CUARESMA 2016
HOMILIA
LLENOS DEL ESPIRITU
DE CRISTO VENCEREMOS LAS TENTACIONES
El
miércoles pasado, con la imposición de la ceniza en la frente, se inició el
tiempo de Cuaresma. Recorrido de fe y de penitencia de cuarenta días que ha de
conducir al pueblo de Dios y a cada uno de nosotros, hacia la Pascua, y llegar
con nuestros hermanos a esa fiesta central, profundamente renovados.
El
evangelio de este domingo nos coloca ante las tentaciones a las que el diablo
sometió a Jesús antes de iniciar su misión salvadora. Esta no será la única vez que el Señor tendrá
que enfrentarlas. Serán constantes en la vida del Maestro (Cf Jn 6,15; 23,39;
Mt 16,22-23; 27,46). Así lo da a entender el final del evangelio cuando dice: “el diablo se apartó de él hasta el momento
oportuno”.
Esta
descripción de los inicios de la actividad mesiánica de Jesús sigue el modelo
del comienzo de la historia del pueblo de Israel, tal como la narra el libro
del Éxodo y la relee el libro del Deuteronomio. El pueblo de Israel, que es
llamado hijo de Dios, fue conducido por Dios al desierto después de la
liberación de la esclavitud en Egipto. Durante la travesía, el Señor, puso a prueba a
su pueblo “para conocer el fondo de su
corazón y ver si era capaz o no de guardar sus mandamientos” (Dt 8,2). Repetidas veces, a través de Moisés, su jefe,
les advirtió de los peligros de la idolatría (Dt 7,25-26), de la tentación de
abandonar el cumplimiento de los mandamientos de la Alianza (Dt 8,11), de caer
en la arrogancia y la prepotencia y de olvidarse de Dios, contando sólo con la
fuerza y poder de su brazo para alcanzar la prosperidad (cf Dt 8, 12-18).
Pero
el pueblo, “desde el día que salió de
Egipto hasta que entró en la tierra prometida”, se rebeló contra el Señor,
hizo caso omiso de sus mandatos y preceptos, buscó los bienes de la tierra,,
exigió milagros, fue infiel a Dios y tanta fue la prevaricación que si no es
por la intercesión de Moisés, Dios los hubiera destruido (Cf Dt 9,1-17).
Con
Jesús, el Hijo de Dios, enviado al mundo por el Padre, para liberar
definitivamente a la humanidad de la esclavitud del pecado y del sometimiento
al mal y a la muerte, no ocurre así. En los 40 días de ayuno y oración en el
desierto, Jesús se pregunta: ¿Cómo llevar adelante la misión que su Padre le
encomienda?
El
demonio, con las tentaciones, le propone tres modos de realizar su mesianismo. En
las dos primeras tentaciones el diablo provoca a Jesús para que lleve a cabo su
vocación mesiánica valiéndose del poder que le da su origen divino, anulando
así el camino de la encarnación. Jesús las rechaza con frases tomadas del libro
del Deuteronomio (Dt 6,3.16; 8,3). Muestra así su total conformidad con la
voluntad de Dios contenida en las palabras de la Sagrada Escritura.
Pero
el diablo insiste, se lo lleva al pináculo del Templo de Jerusalén y le dirige
una tercera provocación, la más fuerte de todas: ¡no tienes que morir! El
diablo lleva su atrevimiento hasta citar él también, como Cristo, la Escritura,
el Salmo 91. “Tírate desde acá arriba: ¡tu Padre enviará sus ángeles para que
te atajen y no te mates!” En otras palabras, conseguirás la victoria sin
necesidad de pasar por la pasión y por la muerte. El diablo cree que ese es el
punto débil de Jesús, su talón de Aquiles y por eso volverá a presentársela en
Getsemaní (Lc 22, 39-46).
En
el episodio de la sinagoga de Nazaret, sabremos cuál será el camino que Jesús,
siempre impulsado y llevado por el Espíritu, escogerá para cumplir su misión y
ser fiel a los designios de su Padre. Un
camino mesiánico desde la humildad, la compasión y la entrega hasta la muerte y
muerte de cruz (Cf Lc 4,14-30).
Con
el texto de las tentaciones, la Iglesia quiere darnos a entender que la vida
cristiana comporta una permanente lucha espiritual contra el demonio y que
necesitamos apertrecharnos muy bien para poder superar sus arremetidas, permanecer fieles a nuestra
condición bautismal y llegar con Jesús a la Pascua, pasando por la pasión y la
cruz y más allá de este vida terrenal a la victoria final. Si estamos
fuertemente arraigados en Cristo (Cf Col 2,7) y llevamos nuestra profesión de
fe en el corazón y en la boca, venceremos las asechanzas del enemigo.
No
le tengamos miedo a las tentaciones. El Nuevo Testamento (Jn 6,26-34; 7,1-4;
Heb 4,15; 5,2; 2,17ª) deja claro que las tentaciones fueron una realidad
evidente en la vida de Jesús. La tentación forma parte del camino de la vida
cristiana. “Nuestra vida, explica San
Agustín, en efecto, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de
tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie
puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha
vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo
y de tentaciones”.
San Pablo nos advierte
que todos podemos ser tentados (Gal 6,1). Por eso, “quien crea estar firme cuídese de no caer”. Pero seguidamente nos
asegura que “Dios es fiel y no permitirá
que seamos probados por encima de nuestras fuerzas, sino que junto con la
prueba hará que también encontremos el modo de sobrellevarlas (1 Co 10,
12-13).
Apoyados en la victoria de Cristo y animados
por la palabra de Pablo y Agustín, emprendamos nuestra ruta cuaresmal
examinándonos con atención para detectar cuáles son las tentaciones que más nos
atenazan y nos hostigan y enfrentarlas con las herramientas de lucha que la
Iglesia pone en este tiempo de Cuaresma a nuestro alcance y con las que nos
quiere revestir como una fuerte armadura (Cf Ef 6,10-20).
En primer lugar, dejarnos
conducir por el Espíritu. Cristo fue al desierto lleno del Espíritu Santo (Lc
4,1) y por eso pudo vencer al demonio. Ese mismo Espíritu Cristo Jesús se lo
prometió a sus discípulos. Les dijo que
se los enviaría para que los condujera a la verdad completa y vencieran las
fuerzas negativas del mundo (Jn 14,26; 16,12-13.33). Y esto es muy importante
porque el demonio es por esencia un engañador, un mentiroso redomado. Alucinados
por su astucia, como ya lo dijo Isaías, “llamaremos
bien al mal y mal al bien, la tiniebla luz y luz la tiniebla, amargo lo dulce y
dulce lo amargo” (Is 5,20).
Es
importante porque es el Espíritu Santo el que nos abre la mente y el corazón al
gusto y a la inteligencia de las Sagradas Escrituras (Cf Lc 24,45). Es
fundamental, indispensable, que nos hagamos asiduos lectores orantes de la
Palabra de Dios. Fue con ella en los labios y el corazón que Jesús venció las
tentaciones del demonio. No es con nuestras
pobres palabras, nuestros pobres razonamientos ni con nuestra lógica que
venceremos. Es con el Espíritu y con la Palabra (Cf Sa 33,16-19; 44,1-9)
Hay
otros tres ejercicios de piedad que la Iglesia pone en nuestras manos en esta
cuaresma para adentrarnos en el desierto y caminar hacia la Pascua. La oración, el ayuno y la limosna. El pecado
de nuestros primeros padres rompió la triple relación virtuosa con la que Dios
había creado al hombre y lo había hecho a imagen y semejanza suya: la relación con
Dios, consigo mismo y con los demás.
Por
medio de estas tres armas cuaresmales, la madre Iglesia nos invita a
restablecerlas en su sentido original: la oración nos mantiene permanentemente
conectados con Dios; el ayuno rompe el yugo de nuestras pasiones y vicios y nos
enseña a dominar nuestro cuerpo y los pecados capitales; y con la limosna les
devolvemos a los bienes de la tierra su primitiva destinación universal y re-
aprendemos a compartirlos particularmente con los más pobres (Cf Is 58, 1-12).
La práctica asidua de estas tres herramientas espirituales, conforme a la
enseñanza de Jesús, (Mt 6,1-11), es el mejor remedio para abandonar la vida de
pecado y seguir alegre y fielmente a
Jesús hasta el final.
En
este año jubilar de la misericordia el Papa Francisco nos invita a vivir con
mayor intensidad esta Cuaresma, como momento fuerte para celebrar y
experimentar la misericordia de Dios. Nos invita a acercarnos al sacramento de
la reconciliación. Este sacramento nos permite volver a Dios recibir su abrazo
lleno de ternura y perdón y experimentar en carne propia la grandeza de su
misericordia.
Con
la oración colecta de la misa de hoy pidámosle al “Señor todopoderoso, que las celebraciones y las penitencias de esta
Cuaresma nos ayuden a progresar en el camino de nuestra conversión: así
conoceremos mejor y viviremos con mayor plenitud las riquezas inagotables del
misterio de Cristo.”. Amén.
Maracaibo
14 de febrero de 2016
+Ubaldo R
Santana Sequera
Arzobispo
de Maracaibo
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