DOMINGO
29 ORDINARIO DEL CICLO B
REFLEXION
BIBLICA A PARTIR DE Mc 10,35-45
ENTRE
USTEDES NO HA DE SER ASI
Nos encontramos en la larga
sección del evangelio de Marcos en la que Jesús le dedica la mayor parte de su
tiempo a enseñar a sus discípulos mientras atraviesa caminando todo el país,
desde el Hermón al norte hasta Jerusalén, la capital, al sur. Esta enseñanza se inicia
inmediatamente después que Pedro, en nombre de los Doce, reconoce y afirma el
mesianismo de Jesús (Cf 8,29). Marcos la organiza en torno a tres anuncios proféticos en los que Jesús
da a conocer cómo quiere su Padre Dios
que lleve a cabo su misión
mesiánica: por un camino de dolor,
sufrimiento, cruz y muerte en Jerusalén
(Cf 8,31. 9,31 y 10,33-34).
El evangelista pone además
fuertemente en relieve el total desfase e incomprensión de este camino por
parte de los apóstoles. Después del primer anuncio, Pedro trata de disuadirlo,
se lo lleva aparte y lo reprende (8,32); después del segundo anuncio, Jesús se
da cuenta que sus discípulos venían discutiendo por el camino quién de ellos es
el más importante (8,34). Y el evangelio de hoy reseña que inmediatamente
después del tercer anuncio, se acercan los hermanos Santiago y Juan para
pedirle puestos de honor y de poder. En varias oportunidades el evangelista nos
hace saber que los discípulos no entienden nada y siguen a Jesús llenos de
temor y de miedo (9,32; 10,24.26.32). Y
para poner más en evidencia lo lejos que están de su Maestro, enmarca toda la caminata del Señor entre dos
curaciones de ciegos: la del ciego de Betsaida al inicio (8,22-26) y la de
Bartimeo en Jericó al final (10,46-52).
Los protagonistas de esta
ceguera para seguir a Jesús por donde él quiere llevar a los suyos son los
hermanos Santiago y Juan. Figuran entre los primeros en seguir a Jesús.
Pertenecen a una familia acomodada de pescadores que poseen varias barcas y
cuentan con varios trabajadores (Cf 1,20). Parece que también están vinculados
a Jesús por vínculos de parentesco. Junto con Pedro, gozan de la preferencia del
Señor que invita a los tres solamente en varias oportunidades para compartir
con él experiencias más significativas: lo acompañan a la casa de Jairo (Mc
5,37), al monte de la Transfiguración (9,2), al Jardín de Getsemaní
(14,33). A lo mejor quedaron impresionados
en el momento de la Transfiguración del Señor por la presencia a su lado de Moisés y de Elías
(Mc 9,4) y decidieron tener acceso ellos también a ese privilegio.
El hecho es que se le acercan y le piden que
les dé a cada uno un puesto preferencial en su gloria: “Cuando estés en tu gloria, concede que uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu
izquierda”. Una vez más, con mucha
paciencia, Jesús les explica que no saben lo que están pidiendo; que él no ha
venido a este mundo a distribuir cargos y puestos de poder. Que lo único que él
les puede ofrecer es seguirlo por el
camino que él está recorriendo. Camino
que presenta con dos imágenes: “¿Pueden
beber la copa que voy a beber y sumergirse en el bautismo en el que me voy a
sumergir? (10,38) Es el mismo camino que anteriormente el Señor ha ofrecido
con otras imágenes: “El que quiera ser mi discípulo que renuncie a sí mismo, que
tome su cruz y me siga” (Cf
9,34). El hecho es que para seguir a
Jesús hay que acompañarlo por el camino que lleva a la cruz en el Calvario.
Si nos remitimos a los
textos anteriores que hemos estado leyendo los domingos anteriores, nos damos
cuenta que el Nazareno cuestiona cuatro modelos de relaciones provenientes de
la tradición patriarcal y que no considera propias del nuevo discipulado del
Reino de Dios: la relación conyugal (10,1-12), la relación paterno-filial
(10,13-16), la relación con el dinero (10,17-31) y la relación con el poder
(10, 35-45).
Esta última es la que trata
en el evangelio que acabamos de escuchar. Santiago y Juan piden poder. Llama la atención
que los ciegos que Jesús encuentra por el camino son muchos más sensatos y le
piden a Jesús lo que realmente necesitan, ver, y que está al alcance de Jesús:
devolverles la vista. Santiago y Juan
que caminan con Jesús hacia Jerusalén buscan sentarse en puestos de relevancia,
no saben lo que realmente necesitan y por consiguiente se equivocan a la hora
de pedir. En una carta atribuida precisamente al apóstol Santiago leemos este
comentario: “Ustedes codician y como nada
obtienen entonces matan; envidian pero como nada logran, no cesan de reñir y de
pelear. Nada obtienen porque no piden. Piden y no reciben porque piden mal, con
la intención de satisfacer sus deseos de placer” (Sant 4,2-3). No comprenden que lo que tienen que pedir al
Señor es ser capaces de beber su cáliz de dolor y amargura y sumergirse en las
aguas bautismales de la muerte en cruz para poder resucitar a una vida nueva.
Quieren la gloria sin pasar por el sufrimiento y el dolor.
Debemos reconocer, queridos
hermanos y hermanas, que lo que le pasaba a Santiago y a Juan nos pasa también
a nosotros. Le ha pasado a todas las generaciones de los que quieren seguir a
Jesús. Ya San Pablo se lo remachaba a los corintios: “Nosotros proclamamos a un Mesías crucificado, tropiezo para los judíos
y locura para los no judíos y sin embargo, para los que Dios ha elegido, sean
judíos o griegos, un Mesías que es fuerza y sabiduría de Dios” (1 Co
1,23-24). También a nosotros se nos hace cuesta arriba aceptar el camino de
vida que Jesús nos propone. Es un camino
totalmente opuesto al camino de felicidad y de realización humana que nos
ofrece el mundo globalizado y mercantilista de hoy. Jesús nos dice que no nos debemos dejar
alucinar por los proyectos humanos basados en la búsqueda del éxito, de la
fama, de la riqueza, del poder y del placer.
Esos son modelos engañosos propuestos por los príncipes de este mundo
que no conducen a ninguna parte,
arruinan nuestra existencia, traen pobreza y división entre los seres
humanos y contaminan y destruyen el planeta.
Para el Señor la plena
realización humana se alcanza cuando un ser humano, olvidándose de sí mismo,
organiza y articula la totalidad de su vida, en todas sus dimensiones, en torno
a la mística del servicio y de la entrega de la vida a favor del bien y del
crecimiento de los demás. Así fue como él mismo organizó su vida y planteó su
misión obedeciendo a la voz de su Padre.
“El
que quiera ser importante que se haga servidor de los demás y el que quiera ser
el primero entre ustedes que se haga esclavo de todos porque el Hijo del hombre
no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por todos”.
Desde esta postura, desde
esta mentalidad es cómo se construyen relaciones verdaderas, se aprende a
respetar y dignificar a todas las personas sin exclusión de ninguna especie, se promueve la auténtica convivencia fraterna respetando la
pluralidad de visiones, de vocaciones y de pensamientos, se colocan en manos de
las nuevas generaciones la misericordia
y la compasión como herramientas indispensables para superar los rencores,
resentimientos y apetitos de venganza y retaliación. Sólo así se justifica que
existan seguidores de Jesús y tenga razón de ser la Iglesia en este mundo.
Que el Señor nos conceda a
todos, como nos lo enseña la lectura de la carta a los Hebreos (4,14-16) acercarnos “con plena confianza al trono de la gracia para recibir misericordia,
hallar la gracia y obtener la ayuda necesaria” para crecer en la mística
del servicio siguiendo el modelo de Jesús y sepamos encontrar los gestos, las
opciones y los modelos de vida que toquen los corazones de los que aún no la
conocen.
+Ubaldo
R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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