Homilía para la Misa del sábado II de Pascua, en la conmemoración del X Aniversario del
tránsito de Chiara Lubich
Queridos hermanos y
hermanas,
Hemos
venido hoy a esta santa iglesia catedral, para hacer memoria agradecida al
Señor, por la vida y obra de su sierva Chiara. Mujer de nuestro tiempo que supo
contemplar, admirar y anunciar a Jesús abandonado, así como el de acoger y
vivir la bienaventuranza de la presencia del Señor en medio de los suyos a
través de su Palabra de Vida y de la eucaristía. Hoy su legado espiritual se
manifiesta a través de múltiples expresiones tanto dentro como fuera de la
Iglesia católica. Bendecimos al Señor por la presencia de la familia focolar en
Maracaibo.
La
Iglesia nos invita a realizar la ruta de estos 50 días del tiempo de Pascua
hacia Pentecostés, de la mano de los primeros testigos de la Resurrección del
Señor. Hoy nos guían Juan, el evangelista, y San Lucas. Así camina la Iglesia:
de la mano de testigos del Señor, que él escoge y suscita de manera siempre
sencilla y sorprendente.
El
libro de los Hechos de los apóstoles, nos narra hoy la elección de siete
servidores de las mesas de misericordia para atender a las viudas de
procedencia helenista. A lo largo del camino, el Señor va suscitando, de esta
manera, nuevos servidores de su Palabra y de su misericordia en favor de la
humanidad desatendida y falta de amor. Estos siete primeros servidores fueron
los precursores de los diáconos permanentes. Así se manifiesta la acción del
Espíritu Santo y la presencia del Resucitado en el mundo.
El
evangelio de hoy pertenece al capítulo 6 de san Juan, que nos muestra a Jesús como
pan de vida. Pan con su Palabra. Pan con su Eucaristía. El Señor tiene muchas
formas de forjar el corazón y el temple de los suyos. Hoy los asombra caminando,
al anochecer, sobre las aguas tumultuosas del lago, donde ellos agonizan de
miedo, agotados y remando hacia la nada. En medio de aquella tenebrosa realidad
de miedo y abandono, el Señor se hace presente, calma a los suyos, revela su
poder sobre las fuerzas del mal, apacigua, sobre todo, las tempestades
interiores que agitan más fuerte aún sus corazones y lleva la barca a buen
puerto.
Es
muy clara la enseñanza de este evangelio: no hay tempestad, turbulencia, o desierto
donde el Señor no se haga presente; no hay soledad que él no habite; no hay
noche que él no ilumine; no hay distancias que la fuerza de su amor no
transforme en cercanía. Así es como él forja discípulos y seguidores suyos.
Siempre llega donde están los hombres y mujeres más desolados para redimirlos y
llevarlos a la casa común de su gran familia. Nunca nos cansaremos de admirar cómo suscita
hombres y mujeres capaces de hacer brillar su luz en medio de las tinieblas y
apaciguar los corazones llenos de miedo y angustia.
¿Quién
iba a pensar que, en plena guerra mundial, en la tempestad de los bombardeos,
allá en el Trentino, como en una nueva zarza ardiente, el Señor se iba a
manifestar a una joven maestra y a su grupo de amigas, que atendían premurosas
en el refugio antiaéreo, a sus hermanos y vecinos aterrorizados, para abrir una
nueva ruta de su presencia y hacer resonar su palabra fuerte y animosa que todo
lo calma: “¡No tengan miedo, soy yo”!
Fue allí donde el Señor fraguó, sin que ni
la misma Chiara se diera completamente cuenta, un nuevo carisma que necesitaba
la Iglesia y el mundo: el carisma de la unidad. Si es posible soñar y trabajar
por la unidad de toda la humanidad. Y la herramienta para ello es uno solo: el
amor tal como Jesús nos lo enseñó con su vida, su Palabra, su muerte y
resurrección.
Una
vez más, como en el caso de María en los albores de la salvación, se valió Dios
de una mujer, como tantas veces a lo largo de la historia de la Iglesia. La
Obra de María, así se llama esta nueva familia en la Iglesia, es una nueva
comprensión, desde la experiencia de María, vivida por Chiara y sus amigas, de
la espiritualidad de la unidad. De la mano de María, madre ejemplar, Chiara
entra, deslumbrada por el Espíritu Santo, en el misterio de la unidad de Dios
en el seno de la Trinidad. Descubre que la Trinidad es triunidad.
En
el único Dios en quien creemos todas las realidades creadas, todas las personas
creadas, todas las cosas confluyen en esa dirección. Allí en el corazón
palpitante de amor de las tres personas divinas está el punto de encuentro, la
cita final de todo lo creado. S. Pablo nos reafirma en esa certeza cuando nos presenta
a Cristo Jesús muerto y resucitado, como la recapitulación de todos los seres,
los de los cielos y los de la tierra (Ef 1,10; Fil 2,10). En ese camino, hacia
esa meta, Dios colocó a María, la Theotokos, la Madre de Dios y también colocó
a Chiara para que continuara, de algún modo, lo que inició con la madre de su
Hijo.
Hoy,
a 10 años de la pascua de esta sierva de Dios, vemos como ese carisma vivido en
pequeña escala de un focolar, se ha difundido desde el ámbito católico hacia
las demás confesiones cristianas y en el vasto mundo de las grandes religiones
monoteístas. Ha sido grande la fuerza de esta convocatoria que el Señor ha querido
suscitar en el mundo de hoy, en el corazón de tantos hombres y mujeres de toda
raza, lengua, pueblo y nación, en la construcción de puentes que hagan posible
la fraternidad universal. Los frutos recogidos ya nos dicen que estamos una vez
más ante la acción y presencia del Espíritu Santo, que sopla donde y como
quiere, conduciendo la barca de este mundo hacia un solo puerto.
Como
los apóstoles en aquel momento, los venezolanos nos vemos envueltos hoy en una
fuerte tempestad que amenaza con destrozarnos por dentro y por fuera. No
solamente está amenazado el país. También lo están nuestros corazones, nuestra
fe, nuestra capacidad de esperanza. En medio del oleaje brotan las angustiosas
preguntas: ¿Cuándo llegaremos al puerto seguro de un país que nos ofrezca el
pan, la salud y la seguridad de cada día? ¿Cuándo podremos de nuevo llevar una vida
digna en justicia, paz y oportunidades de progreso para todos? El evangelio de
hoy, en las palabras de Juan, el evangelio hecho vida por Chiara y sus amigas
en plena descomposición física y moral de la segunda guerra mundial, nos
anuncian que el Señor de la historia viene caminando sobre las aguas
tempestuosas. y nos dice una vez más: “Soy
yo. No tengan miedo.”
No dudemos. Llegaremos a buen puerto. Pero es de hoy,
desde ya, que tenemos que construir entre nosotros esa sociedad unida y
fraterna que anhelamos, fundamentada en la fe en Dios, tal como lo enseña la
historia de fe de nuestro pueblo, enfocada en la búsqueda del bien común, del
bien de todos, particularmente de los más necesitados. La generosidad, la
fraternidad, la solidaridad real se pueden practicar y vivir ya, aquí, ahora,
allí donde estamos. Jesús nos conduce. Jesús no nos ha abandonado. No importan
lo sencillos y pequeños que sean nuestros gestos de amor, con tal sean gestos
de esperanza que nos saquen de nosotros mismos y nos hagan ir, como Cristo
Jesús, hacia los demás. Si actuamos así, la barca tocará tierra en el momento
en que menos lo esperemos.
Hace
10 años, Chiara llegó a buen puerto y echó anclas en el corazón amoroso de la
Trinidad. Sus hijos y sus hijas, hacen presente su carisma en múltiples
expresiones religiosas, culturales, políticas, económicas, artísticas, llenos
de confianza en la presencia de Jesús en medio de ellos. Oramos por ella por su
pronta beatificación. Oramos con ella por los suyos. Oramos con la familia
focolar presente en Maracaibo para que sigan ofreciéndoles a todos, este legado.
“Padre santo, que todos sean uno, como tu
y yo somos uno. Para que el mundo crea que tú me has enviado”. Amén.
Maracaibo
14 de abril de 2018
+Ubaldo R Santana Sequera
FMI
Arzobispo de Maracaibo
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