DOMINGO
TERCERO DE PASCUA CICLO B 2018
LA
ESCUELA DE LOS TESTIGOS
Muy amados hermanos,
Pascua nos comunica
la gran noticia de la resurrección de Jesucristo, tres días después de su
crucifixión y sepultura. No hay registros científicos ni evidencias físicas de
tal acontecimiento. Un sepulcro vacío. Sudarios y mortajas, no son suficientes
pruebas de un fenómeno tan extraordinario. Jesús sólo quiso constituir
testigos. Jesús resucitado se manifestó primero a unas mujeres. Las mujeres se
lo comunicaron a los apóstoles. Luego Jesús se hizo presente a los apóstoles y
los constituyó testigos suyos. Todo ha descansado desde entonces en el
testimonio de estos hombres. La historia de la Iglesia es una sucesión viva de
testigos que sostienen que Jesús no quedó prisionero de la tumba ni de la
muerte, sino que resucitó y ofrece esa misma resurrección a los que creen en
él.
Estos hombres no se
volvieron testigos de una vez. Jesús los fue trabajando y moldeando, como si
hacía falta volver a la casilla de partida, a raíz de su resurrección. “Vuelvan a Galilea, al lago. Me adelanto a
ustedes y allí los espero” (Cfr. Mc. 16,7). Pasaron por todo un proceso de
profunda conversión. Lo primero que Jesús hizo fue ratificarlos como sus
apóstoles. Ellos sentían que habían perdido esa condición después de fuga
cobarde en el momento del arresto. Habían quedado desnudos, frágiles,
expuestos, como aquel joven del jardín de los Olivos que huyó dejando su túnica
en las manos de sus captores (Cfr. Mc 14,51-52).
El Señor se ocupó de ellos desde el mismo día
de su resurrección. San Juan cuenta que se hizo presente en medio de ello esa
misma tarde cuando, acogotados por el miedo y la vergüenza, se habían encerrado
en una casa anónima. No les recriminó su cobardía. Exorcizó sus miedos y los
volvió a revestir de la paz interior: “La
paz esté con ustedes”. Sin paz interior siempre se anda desnudo, expuesto,
vulnerable.
El evangelio de hoy,
que es a la vez la continuación y el epílogo del episodio de Emaús, nos introduce
nuevamente en esa sala. Una sala donde repentinamente el Señor se hace presente
y la transforma en una escuela activa de formación de testigos. Entremos allí
nosotros también y aprovechemos esa magnífica formación, bajo la batuta de tan
prestigioso maestro. ¿Cómo transformar hombres cobardes y miedosos en ardientes
testigos de Cristo resucitado?
Allí están los once y
los dos discípulos recién llegados de Emaús, relatando emocionados lo que les
había ocurrido en el camino de ida y sobretodo en la posada, “al partir el pan”. Sin embargo, cuando
Jesús glorioso se hace presente, los envuelve nuevamente la sorpresa, el
terror, la duda y la confusión. ¿No será un fantasma? Después de devolverles la
paz, Jesús les habla de su nueva condición resucitada de tres formas muy
concretas.
Primero con su cuerpo
llagado. “Miren mis manos y mis pies”.
El que tienen allí es el mismo que fue torturado, clavado, perforado, taladrado
en pies y manos. Es él. No hay duda. ¡No
nos cansemos nunca de mirar esas manos y esos pies llagados! El resucitado es
un resucitado llagado. Llegó a la meta, pero las heridas del camino no se han
borrado. ¡Las llagas de Cristo: puertas para entrar en su vida resucitada! Las
llagas de él. Las llagas del mundo, envuelto en calamidades y discordias. Las
llagas de los desheredados, de esa humanidad sobrante que estorba a los
poderosos y buscan eliminar a través del “fastrack” del aborto y de le
eutanasia. Ya no es solo el incrédulo Tomás, el invitado a tocar y ver. Ahora
son todos los apóstoles. Ahora somos todos nosotros.
Segunda lección hacer
comunidad de mesa con el resucitado. Compartir lo que tienes con él y con los
suyos. “¿Tienen aquí algo para comer?”
¡Como resuena en nuestros oídos venezolanos en este momento esa pregunta! La
oímos ahora tantas veces. Ayer se me acercó un señor al final de la misa. Padre,
vengo del estado Falcón. He tenido que traer a mi hijo al hospital y ni yo ni
mi esposa hemos comido desde ayer. ¿No tiene aquí algo para comer? Ya las ollas
comunitarias, los bocados de la alegría, las caravanas de la sopa, los cinco
panes y dos peces, las mesas de la misericordia se han vuelto un programa
permanente en nuestras comunidades y parroquias. Y se agranda cada día más la
lista de comensales.
A Cristo resucitado y
a su vida se llega compartiendo su alimento en la eucaristía, compartiendo nuestro
alimento, nuestra mesa con los necesitados como Jesús comparte la suya con
nosotros. No hay forma de participar en la multiplicación de la vida y del amor
que trae cada eucaristía sin oír al Señor decirnos: “Denles ustedes de comer”
(Mc 6,37). Como dice un bello himno de
nuestra liturgia: “¿Cómo sabremos que
eres uno de nosotros, si no compartes nuestra mesa humilde?” Dice el
evangelio: “Ellos le ofrecieron un trozo
de pescado asado. Él lo tomó y lo comió en presencia de todos”.
Tercera lección.
Abrir nuestra mente a la inteligencia de las Escrituras. El Libro de la Biblia
se comprende cuando se lee desde y con el libro de la vida. La clave para
ensamblar estas dos lecturas la tiene el Señor. Cuando él se hace presente,
colocando su Palabra viva en el corazón palpitante de nuestra vida, entonces nuestros
ojos se abren, nuestra mente se ilumina, nuestro corazón arde. Entonces
captamos con alegría lo que dice Hugo de San Víctor, gran teólogo de la Edad
Media: “Toda la divina Escritura es un
solo libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo y
se cumple en Cristo”.
Cristo Jesús no solo
da unidad a toda la Escritura. Da unidad y coherencia a toda nuestra vida. Dejémonos
leer por Cristo y nuestra vida cobrará ilación. Tendrá origen y meta. Para ser
testigo de Cristo resucitado tenemos que dejarnos trabajar por la Palabra de
Cristo desde el corazón de nuestra vida. Así podremos decir como S. Juan: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto, lo
que hemos contemplado y palpado con nuestras manos acerca de la Palabra de
vida…que hemos visto y de la que somos testigos, se lo anunciamos a ustedes”
(1 Jn 1,1-4; Hech 10,39-41)).
Estos son los caminos
que el Señor hace recorrer a los suyos para enviarlos como testigos suyos. Solo
falta el don supremo que hará el ensamblaje final: el don del Espíritu Santo
prometido por el Padre para que sean testigos del perdón, de la misericordia y
de la reconciliación. No habrá nunca testigos calificados capaces de dar fe del
Resucitado y de su mensaje sin la acción del Espíritu Santo. Él es, con Cristo
Jesús el supremo testigo (1 Jn 5,5-12). Nosotros somos simples instrumentos
pasajeros.
De mil maneras, el
mundo de hoy, los jóvenes de hoy necesitan testigos auténticos de la vida. Si
prestamos atención oiremos sus preguntas: ¿Creen verdaderamente lo que
anuncian? ¿Viven lo que creen? ¿Predican verdaderamente lo que viven? Vivimos
el tiempo privilegiado de los testigos. Este siglo, como el anterior, tiene sed
de autenticidad. Las nuevas generaciones les hacen más caso a los testigos que
a los maestros y si atienden a los maestros es porque también son testigos.
Los acontecimientos
pascuales poseen tal fuerza salvadora que nada escapa a su acción y todo queda
regenerado en vida nueva. El Señor resucitado tiene sus propios caminos para
introducir su savia transformadora en la historia del mundo y de los hombres.
Pero ha querido valerse de las humildes y necias herramientas de la Iglesia, de
la predicación y de la vida de sus testigos. Al escuchar los relatos de estos
domingos nos damos cuenta que no les resultó fácil a sus discípulos llegar a la
fe en Cristo resucitado. No es fácil, sin duda, llevar tal tesoro y encargo en
pobres vasijas de barro. No es fácil forjar testigos auténticos. Pero son los
únicos que sirven para esta tarea.
Que gozo poder decir
como Pedro: “¡Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos
de ello!”. U oírse decir del mismo Jesús al final de esta eucaristía, cuando
recibamos el envío del sacerdote, como al final de este evangelio lo oyeron sus
apóstoles: “Ustedes son testigos de esto”.
“Tú eres testigo de esto”. La responsabilidad es grande. ¿Seremos capaces de
responderle al Señor? Siempre habrá dudas. Pero Jesús una y otra vez nos
mostrará sus manos y pies llagados, se sentará pacientemente con nosotros para
compartir el pan, y nos insuflará con su Espíritu una nueva inteligencia de su
Palabra de vida y de amor. No nos desanimemos. El pecado sin duda nos acecha a
todos en el recodo de cada camino, pero el Maestro, es también Pastor y el
Justo Redentor.
Maracaibo 15 de abril
de 2018
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo