LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR 2017
HOMILÍA
EL CAMINO HACIA LA GLORIA CON CRISTO PASA POR LA CRUZ. NO HAY OTRO
Muy queridos hermanos y hermanas,
El relato de la transfiguración del Señor se sitúa en el
inicio de la tercera parte del evangelio de Mateo. En esta última etapa Jesús
enfila decididamente sus pasos hacia Jerusalén y se concentra en la formación
de sus discípulos para que estén en condiciones de compartir su pasión y su
muerte en cruz. Luego de la profesión de fe formulada por Pedro, Jesús empieza
a mostrar, de manera abierta, cual es la figura de mesías que él está llamado a
realizar. Los discípulos necesitan ir asimilando poco a poco el camino doloroso
que su Maestro les propone y lo que significa para ellos y para todos los que
quieran hacerse discípulos de Jesús. Van a ir descubriendo que el camino
doloroso que Jesús quiere recorrer es necesario para la salvación de la
humanidad y la glorificación de Jesús. Ese mismo camino les tocará recorrer a
ellos y a los seguidores del mañana, si quieren ser fieles al seguimiento de su
Señor.
Este anuncio trastorna la cabeza de Pedro y la de sus
compañeros. Ellos caminan con Jesús en medio de los pobres, pero en su mente
cultivan proyectos de grandeza. Sueñan con un Mesías político que va a expulsar
a los invasores romanos e re-instaurar gloriosamente el Reino de Israel.
Esperaban un rey glorioso. Por eso se escandalizan al oír los anuncios que, por
tres veces, Jesús hace de su pasión y muerte. Jesús recrimina fuertemente a
Pedro por su falta de comprensión y aceptación de los designios de su Padre y
lo invita a él y a los demás discípulos a una profunda conversión para estar en
capacidad de seguirlo, renunciando a sí mismos, cargando con su cruz y
colocando sus pasos detrás de los suyos.
El pasaje de la Transfiguración, acontecimiento de la vida de
Jesús que hoy celebramos, y en el que Jesús aparece glorioso en lo alto de un
monte, era una ayuda para que ellos pudiesen superar el trauma de la cruz y
estar así en condiciones de descubrir el verdadero mesianismo de Jesús y el
sentido profundo de sus vidas. Pero, aun así, muchos años después, cuando ya
estaba difundido el cristianismo en Asia menor y Grecia, la cruz seguía siendo
un gran impedimento para las comunidades procedentes del judaísmo y del
paganismo.
En su primera carta a los Corintios el apóstol Pablo se ve en
la necesidad de abordar este tema. Para los de cultura judía la cruz es una
locura; para los que provienen del paganismo, es un escándalo. Uno de los
mayores esfuerzos de los escritores y pastores de los primeros siglos consistió
a ayudar a los miembros de la comunidad a situar con claridad el tema de la
cruz y del sufrimiento como camino hacia la gloria. La cruz no es ni una locura
ni un escándalo sino la expresión más preciosa de la sabiduría de Dios (Cf 1 Co
1,22-31). Es en esta perspectiva que yo los invito, queridos hermanos, a leer,
meditar y aplicar el texto del evangelio de la Transfiguración. La cruz es el
camino hacia la gloria para Jesús y para sus seguidores y no hay otro. No hay
atajo. No hay plan B.
Jesús mismo nos lo dice claramente en el texto que viene
inmediatamente después del primer anuncio de su pasión: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que
cargue su cruz y me siga. Porque el que quiere salvar su vida la perderá, pero
el que pierda su vida por mí la encontrará. ¿De qué le servirá a uno ganar el
mundo entero si ´pierde su vida?” (Mt 16,24-26). Todo lo que el evangelista
nos narra sobre la transfiguración tiene por finalidad dejar bien claro que ese
es el camino ya señalado para el Mesías en las Escrituras y el que corresponde
a los designios del Padre para salvar la humanidad.

Pedro, en medio de su temor, se siente bien y quiere quedarse
de una vez en ese éxtasis de gloria en la montaña. Y con razón pues ese es
nuestro destino final. Los otros dos quedan como embotados ante la revelación divina. En eso resuena la voz del Padre desde la
nube: “Este es mi hijo amado en quien me
complazco. Escúchenlo”. La expresión “Hijo amado” evoca la figura
del Mesías Siervo, anunciado por el profeta Isaías (cf. Is 42,1). La
expresión “Escúchenlo” evoca la profecía que prometía la llegada de un
nuevo Moisés (cf. Dt 18,15).
Jesús es realmente el Mesías glorioso y el camino para
la gloria pasa por la cruz, según había sido anunciado en la profecía del
Mesías Siervo (Is 53,3-9). La gloria de la Transfiguración lo comprueba. Moisés
y Elías lo confirman. El Padre lo garantiza. Jesús lo acepta. Los discípulos
están llamados a convertirse para acoger al Mesías servidor sufriente sin
reticencia. A él debemos escuchar y seguir fielmente sin desfallecer. Solo al
final, después de haber recorrido todo el camino de la vida incluyendo la
muerte, se manifestará la gloria.
La Cruz de Jesús es la prueba de que la vida es más fuerte
que la muerte. Estamos ante la piedra de escándalo del cristianismo, la parte
más dura de asimilar, de aceptar y de vivir. La comprensión total del seguimiento de Jesús
no se obtiene por medio de la instrucción teórica, pero sí por el compromiso
práctico, caminando con él por el camino del servicio, desde Galilea
hasta Jerusalén.
La civilización actual también rechaza el sufrimiento y la
cruz. Por eso busca inventar todo tipo de evasiones para ignorarlos. Por otro
lado, cada día vemos con mayor consternación cómo grandes masas de seres
humanos son explotados inmisericordemente por sus semejantes en la esclavitud
sexual, la trata de blancas, el comercio de órganos, la industria del aborto,
trayendo consigo la miseria y la degradación humana. Es claro que debemos
aplaudir todos los progresos de la ciencia médica para enfrentar y curar enfermedades
que causan tanto dolor y superar en cuanto sea posible el sufrimiento humano.
Pero estos avances no suprimen la existencia de la enfermedad, de la finitud y
del sufrimiento que la humanidad lleva dentro de sí. Tenemos pues que aprender
a vivir con esa realidad dolorosa y difícil.
En esta situación se encuentra hoy el pueblo venezolano. Gran
parte de su angustia y de su sufrimiento es causado por aquellos que debieran
servirles para hacerles la vida más llevadera y humana. Hermanos venezolanos
derraman sangre de otros hermanos venezolanos. Eso no está bien. Como esa
realidad está allí delante de nosotros, tenemos que aprender a reconocerla para
poder, con la fuerza que nos comunica el hombre de la cruz y del amor, Cristo
Jesús, impedir que nos aniquile moral y espiritualmente.
El camino de la cruz que transfigura a los seres humanos en
hermanos pasa por una permanente actitud de servicio, de fraternidad y de
reconciliación. ¿No será mejor entonces aprender a recorrerlas, a asumirlas con
Cristo, de la manera más humana y solidaria posible, para transformarlas en
caminos de fraternidad solidaria, en crecimiento de convivencia humana y en
aceptación de unos y otros para poder adelantar la construcción de un mundo
mejor?
Jesús nos enseña que la cruz forma parte del camino humano,
pero no es la meta. Quedarse en ella es inhumano y puro masoquismo. Dios no
quiere el dolor por el dolor, como condición humana permanente. El dolor y el
sufrimiento no son castigos de Dios. Hay que superarlos. Hay que ir más allá.
Pero no ignorándolo o combatiéndolo artificialmente sino transformándolos como
Jesús y con Jesús en camino hacia la gloria y la transfiguración. Con la
esperanza de alcanzar esa tierra nueva y ese cielo nuevo desde ahora, desde
nuestras condiciones terrestres limitadas, y más tarde en toda su plenitud. Ese
es el reto que el Señor nos propone. Esa es su apuesta. Y nos invita como a los
tres discípulos de la montaña a no tener miedo en recorrerla con fe. El hizo el
camino completo y nos garantiza que es el único que tiene salida.
Que el
mismo Dios que dijo: «Brille la luz del
seno de las tinieblas», haga hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios
que resplandece en el rostro de Cristo. El himno litúrgico siguiente recoge
toda la enseñanza de esta hermosa fiesta:
Para la cruz y la
crucifixión,
para la agonía debajo de los olivos,
nada mejor
que el monte Tabor.
para la agonía debajo de los olivos,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para los largos
días de pena y dolor,
cuando se arrastra la vida inútilmente,
nada mejor
que el monte Tabor.
cuando se arrastra la vida inútilmente,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el fracaso, la
soledad, la incomprensión,
cuando es gris el horizonte y el camino,
nada mejor
que el monte Tabor.
cuando es gris el horizonte y el camino,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el triunfo
gozoso de la resurrección,
cuando todo resplandece de cantos,
nada mejor
que el monte Tabor. Amén.
cuando todo resplandece de cantos,
nada mejor
que el monte Tabor. Amén.
Maracaibo 6 de agosto de 2017
+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Arzobispo de
Maracaibo
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