ORDENACIÓN PRESBITERAL DE DIEGO XULIO RUIZ FMI
HOMILÍA
LECTURAS: Gen. 18, 1-15; Lc 1,46-47.48-49.50.55; Heb, 10, 4-10; Mat 8, 5-17
Muy queridos hermanos concelebrantes,
Muy querido diácono Diego Xulio,
Muy querida familia, amigos y amigas de
Xulio presentes
Amados hermanos y hermanas en el Señor,
Aquí
estamos congregados, esta mañana, en este templo que me trae tantos hermosos
recuerdos de mi infancia y del despertar de mi propia vocación, casa de los
Hijos de María Inmaculada en Venezuela desde hace casi 100 años,, para cantar,
con la madre de Jesús, las misericordias que el Señor ha hecho en favor de las
generaciones pasadas y en favor de Diego Xulio, que se apresta a recibir la
ordenación sacerdotal.
Como
Abraham, bajo la encina de Mambré, le toca a Xulio hoy darle hospitalidad al
Señor, bajo la encina de su propia vida. “Por
algo han pasado junto a este servidor”, le sale decir del corazón a Abraham,
ante aquella sorprendente visita de tres misteriosos personajes, a la hora de
más calor. ¡Y fue por algo grande! Ese día le trajeron la gran bendición del
cumplimiento de una promesa que con el paso de los años y la llegada de la
ancianidad se le había hecho irrealizable: el nacimiento de su hijo Isaac, “en quien serían bendecidas todas las
generaciones” (Gen 17,4-8).
“Por algo han pasado junto a este servidor”
dice hoy también Xulio, hijo él también de la bendición de Abraham. ¡Y es por
algo grande! Este paso del Señor, esta pascua del Señor por este momento de su
vida, le trae nada menos que la gran bendición del presbiterado a través del
sacramento del Orden sacerdotal. Serás sacerdote para hacer presente a Cristo
cabeza y pastor de su pueblo.
Abraham
derrochó una gran generosidad con sus huéspedes y les preparó una espléndida comida: un joven ternero guisado,
una torta de harina, con cuajada y leche. Este espléndido gesto de acogida, nos
remite a la ofrenda que hizo Jesús, a su Padre, al entrar en este mundo y
recibir de los humanos la hospitalidad de la condición humana. Su propio
cuerpo, su propia vida. Así lo acabamos de oír en el texto de la carta a los Hebreos:
“Tu no quieres sacrificios ni ofrendas,
pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas
expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “Aquí estoy, o
Dios, para hacer tu voluntad”.
Esta misma
disposición es la que se te pide hoy, Xulio con más fuerza que nunca, al entrar
en el orden sacerdotal. No has de traerle al Señor ofrendas y objetos externos
a ti. Has de presentar tu propia vida, tu propio ser, para que el Señor
disponga de ti y te configure definitivamente con él como un pastor-servidor. La gracia sacerdotal, transmitida en este
sacramento eclesial, te va a ir trabajando y cincelando, para que vaya
apareciendo en tu vida y en tu ministerio la figura de Cristo-servidor, el gran
pastor y diácono de la humanidad, quien, en una de sus presentaciones, dejó
bien claro que “no vino a ser servido
sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos” (Mc 10,45).
Bien valen
para este elegido las palabras que el Papa Francisco, salvando por supuesto las
distancias y las situaciones, dirigió el 28 pasado de junio, a los nuevos
cardenales: “Jesús no los ha llamado para
que se conviertan en príncipes de la Iglesia, sino que los llama para servir
como él y con él. A servir al Padre y a los hermanos (…) Siguiéndolo, ustedes
caminan delante del pueblo santo de Dios, teniendo fija la mirada en la cruz y
en la resurrección del Señor”.
Se trata
pues de iniciar un nuevo camino en una nueva condición que cambia radicalmente
toda tu existencia. En la lectura del santo evangelio, que acabamos de escuchar,
encontramos dos grandes ejemplos de un buen servidor; los protagonistas son un
hombre y una mujer.
El
centurión se apoya en el comportamiento de sus servidores para llevar a cabo
inmediatamente lo que él les ordena, para darle entender a Jesús que no es
necesario que vaya hasta su casa para curar a su servidor enfermo- él se sabe además
indigno de ello-; puede curarlo a distancia: “¡Una sola palabra tuya bastará para sanarlo! Porque yo, que soy un
simple subalterno, digo a uno de los soldados que están bajo mis órdenes:
<Ve>, él va. <Ven>, y él viene y cuando le digo a mi sirviente:
<Tienes que hacer esto>, él lo hace”. Podríamos completar el
pensamiento del centurión: “Si yo, un pequeño subalterno logro eso, ¡con cuánta
mayor razón tú, Jesús, lograrás curarlo, que eres el Mesías, el Señor! El
evangelista recogió en su relato la gran admiración de Jesús ante la fe tan
grande de aquel pagano y su sirviente quedó curado en el acto.
El segundo
ejemplo nos lo da una mujer, la suegra del apóstol Pedro. Cuando Jesús llegó, por
la tarde a la casa de Pedro, después de todo un día dedicado a la predicación y
a las curaciones, encontró allí a la
suegra de éste en cama con fiebre. Bastó que la tocara para que se le
pasara el mal. Ella se levantó
inmediatamente y se puso a servirlo. Es decir, se puso al servicio de
Jesús. Se volvió servidora.
Más
adelante esta curación y esta inmediata disponibilidad para ponerse a servir al
Señor y a sus acompañantes, será interpretada como la actitud fundamental de
todo cristiano que es alcanzado por Jesús y queda tocado por él. Su vida se
transforma. Ya su vida no queda regida por el mal y el pecado. La rige la
gracia del Espíritu Santo. Se pone de
pie y decide consagrarse de una vez a Dios y entregar su vida a servir a sus
hermanos.
Esta es la
actitud fundamental que esperamos ocurra hoy con Xulio: que ponga su sacerdocio
ministerial al servicio del sacerdocio bautismal de sus hermanos. Debe ponerse
totalmente al servicio de los laicos en la Iglesia para que estos puedan
cumplir con su misión: ser hombres de la Iglesia en el corazón del mundo y
hombres del mundo en el corazón de la Iglesia. En el documento de Aparecida,
que está cumpliendo diez años de su celebración, se explica que “la misión propia y específica de los laicos
se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad,
contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras
justas según los criterios del evangelio” (DA 210).
Haz de
buscar en la misión de Jesús el modelo que has de reproducir. Así lo presenta el
Padre a su hijo Jesús: “Aquí está mi
servidor, a quién elegí, mi amado en quien me he complacido. Sobre él pondré mi
Espíritu (...) No peleará ni gritará, no romperá la caña resquebrajada ni
apagará la mecha humeante (…) En su nombre las naciones pondrán su esperanza”
(Mt 12, 18-21). Ojalá tu servicio ministerial sea un signo de vida y esperanza
para el pueblo venezolano que te , Dios mediante, servir como sacerdote. Que tu
entrega abnegada a los pequeños y humildes sea siempre tu su mejor ofrenda, tu
gran servicio.
Esta es la
mística que ha de animar a todos los que quieran caminar tras las huellas del
Señor. Oigamos a Jesús: “El que quiera servirme,
que me siga, y dónde yo esté estará también mi servidor. Al que me sirva mi
Padre lo honrará” (Jn 12, 26). “El
que quiera ser importante que se haga servidor de ustedes y el que quiera ser
el primero que se haga esclavo, así como el Hijo del hombre que no vino a ser
servido sino a servir y a dar su vida para rescatar a todos” (Mt 20,27-28).
Y el Señor alaba y declara dichoso que así vive, en permanente estado de
servicio y así lo encuentra, sirviendo, activo, vigilante, a su retorno.
Cumpliendo con alegría su tarea (Cf Mt 24,46). ¡Dichoso será ese servidor!
¡Dichoso serás, Xulio, si así te encuentra tu Señor!
La virtud
fundamental de un servidor, para estar siempre disponible, es la obediencia.
Para el padre Luis María Baudouin, esta era la virtud reina de la vida
espiritual y ascética que el promovió entre los Religiosos y Religiosas del Verbo
Encarnado. No se trata solamente de obedecer aquí y allá a indicaciones
puntuales; se trata de alcanzar a vivir en una permanente actitud de
obediencia, como María de Nazaret. O mejor dicho en una permanente actitud
ofrenda. Así se lo pedimos al Padre en el Canon III: Haz de nosotros una
ofrenda permanente. Para ello, es
menester dice el fundador, dejarse conducir por el Espíritu de Jesús, el Verbo
Encarnado quien, como veterano piloto, lo llevará, a entregar su vida, como
LMB, a través de pruebas, tribulaciones y persecuciones. Allí es cuando hemos
de dejarnos encender, cual una tea, en el alma y en el cuerpo, por el Espíritu
del Verbo Encarnado, “así como el fuego
penetra el hierro al rojo vivo”.
Para
transformarse en servidores de la causa del Reino y de los mandatos de Jesús,
particularmente el del amor mutuo, los sacerdotes debemos dedicar tiempo a la
lectura orante de la Palabra y hacernos oyentes atentos a su resonancia en nuestras
vidas, siguiendo el camino de fe emprendido por María, desde Nazaret hasta el
cenáculo, pasando por la ignominia de la cruz. Entonces la Palabra se volverá
una luz que iluminará nuestro corazón, una fuerza que nos vaciará de proyectos
fatuos para llevar a cabo solo aquellos que Dios quiere.
En la
obediencia humilde y alegre, como María, los sacerdotes encontramos la
verdadera libertad de corazón. Como ella, hemos de colocarnos totalmente al
servicio del Plan de Dios para que el Verbo divino siga encarnando el amor de
su Padre en este mundo y, a través de nuestras vidas sencillas, entregadas y
alegres los hombres reconozcan que Dios sigue presente entre nosotros con toda
la potencia de su amor redentor.
Después de dejar su bendición,
los tres misteriosos visitantes de Abrhan, continuaron su camino. A ti también
te toca continuar tu camino cristiano, ahora como sacerdote, pastor y servidor.
Te dejo para tu ánimo e iluminación estas
palabras del padre Luis María Baudouin que le tocó iniciar un nuevo camino
espiritual y apostólico en plena revolución francesa y se mostró un gran y fiel
servidor:
“Para
mí, mi maestro me ha enseñado el verdadero camino: andaré por este camino,
caminaré por él hasta mi último suspira…Jesús, mi camino, conozco mi ruta, la
sigo, la seguiré, la terminaré allí donde la terminó el Maestro, entonces
¡dejaré de ser peregrino! Allí descansaré… ¡Oh Jesús, mi camino!”
¡Dichoso
serás, Xulio, si también logras vivir a plenitud, cada día, con la ayuda de
María y de tu comunidad de hermanos, la gracia del sacerdocio que hoy Cristo en
la Iglesia vierte sobre ti! Amén.
Caracas 1º de julio de 2017
+ Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo