SOLEMNE EUCARISTIA
EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE CHIQUINQUIRA,
PATRONA DEL ZULIA Y DE LA ARQUIDIOCESIS DE MARACAIBO
HOMILIA
Lecturas: Is. 66,10-|4; 2 Co 1
3-7: Jn 2,1-11
“Virgen de Chiquinquirá
Que nos alumbra el camino.
Que nos alumbra el camino.
El corazón
marabino
Te lleva siempre muy dentro
Junto con sus alegrías
Y a veces los sufrimientos”
Te lleva siempre muy dentro
Junto con sus alegrías
Y a veces los sufrimientos”
Hermanos arzobispos, obispos y
sacerdotes concelebrantes,
Hermanos diáconos permanentes y sus
esposas
Autoridades regionales, municipales y
comunales civiles y militares
Autoridades universitarias,
directores y representantes de nuestras Instituciones educativas, culturales y
sociales.
Representantes del Cuerpo Consular
acreditado en Maracaibo
Representantes de los Medios de
Comunicación social
Hermanos peregrinos, devotos de la
Chinita, provenientes de otras regiones del país y del mundo
Hermanos y hermanas conectados a esta
celebración por los MCS y por Internet
P. Eleuterio Cuevas, rector de la
Basílica; P. Engelberth Jackson, vicario parroquial e integrantes del Equipo
Pastora. Servidores de María, Hijas de María, Grupo de Santa Eduvigis
Muy amados hermanos y hermanas
En medio
de tantas tribulaciones que nos agobian, nuestro Señor Jesucristo nos ha
congregado este año en este patio casero chiquinquireño, para que
experimentemos nuevamente lo que significa pertenecer a una sola familia. Desde
hace ya más de 300 años esta comunidad eclesial es invitada especial
en las bodas del Cordero con la población zuliana. Y la Madre de Jesús fue la
primera en llegar, sencilla y frágil tablita ondeando sobre los marullos del
lago.
¡Una sola
familia! ¡Un solo rebaño con un solo pastor! (Jn 10,16). Eso es efectivamente
lo que el Señor Jesús
quiere que seamos con él y en torno a él, con la compañía de María. Y es así, como
una sola familia, que queremos vivir esta celebración. No queremos serlo solo
mientras dure esta celebración ¡Queremos serlo siempre! Queremos volver a
serlo. Como lo han cantado tantas veces nuestros gaiteros y lo cantó no hace
mucho mi hermano y amigo Neguito Borjas con el Gran Coquivacoa, junto con otros
vocalistas venezolanos de gran renombre, en esa hermosa gaita: “No
quiero ser la mitad”:
“Vos bien sabéis que esta hermosa patria
es nuestra,
Y a vos yo te abro mi puerta,
como todo un buen cristiano,
no me importa que seas de la cuarta o la quinta,
de derecha o socialista,
igual te extiendo mi mano,
pues basta ya de la rencilla y la guerra,
somos de la misma tierra,
los hijos venezolanos”.
Y a vos yo te abro mi puerta,
como todo un buen cristiano,
no me importa que seas de la cuarta o la quinta,
de derecha o socialista,
igual te extiendo mi mano,
pues basta ya de la rencilla y la guerra,
somos de la misma tierra,
los hijos venezolanos”.
Esta es la
gracia, Chinita de mis amores, que todos los que estamos en esta plazoleta y
los que en Venezuela y en el mundo siguen esta misa, por el canal 11 del
Zulia y las emisoras
arquidiocesanas, como también por los otros medios de comunicación que la
trasmiten, queremos que nos consigas de tu Hijo Jesús: ¡Queremos volver
a ser una sola familia! No queremos ser una patria cortada por la mitad, no nos
resignamos a ser familias divididas, ni desunidas, ni desparramadas por el
mundo entero; un hijo en Florida, una hija en Australia; unos hermanos en
Chile; los compadres en Panamá y los amigos en España.
Ya no
queremos ver a nuestra juventud encerrada tras las rejas, sufriendo y dejando
de vivir en la armonía y unión de los suyos. No queremos que tanta sangre joven se siga derramando. ¡Ve, Chinita,
seguro que ya te diste cuenta que se nos acabó el vino! Que estamos divididos,
dispersos y confrontados! ¡Que se pretende insuflar es odio en vez
de entendimiento! Chinita amada, queremos ser
nuevamente una sola familia, un solo pueblo de hermanos en una sola casa,
amplia y de puertas abiertas. ¡Nuevamente queremos ser uno! ¡Qué bien lo canta la gaita!:
“No me retéis cual si fuera tu enemigo,
Lo que es con vos es conmigo,
Más bien quiero que penséis,
No me ataquéis, buscando que me defienda,
Y que surja una contienda que en el fondo no queréis,
Vení más bien, sentate conmigo un día,
Sin rabia ni hipocresía y conversemos en paz”.
Lo que es con vos es conmigo,
Más bien quiero que penséis,
No me ataquéis, buscando que me defienda,
Y que surja una contienda que en el fondo no queréis,
Vení más bien, sentate conmigo un día,
Sin rabia ni hipocresía y conversemos en paz”.
Todos los que estamos aquí necesitamos recargar nuestras baterías de
ánimo, de esperanza, de fe en nuestras propias posibilidades para remover
juntos, con la ayuda de la gracia y la intercesión de María, los obstáculos que
nos impiden vivir unidos. Ya lo dijo nuestro Libertador en su lecho de muerte: “Todos
debéis trabajar por el bien inestimable de la unión”. Venezuela no tendrá futuro mientras persista la
desunión entre los partidos, sus pobladores y los líderes que la gobiernan. Y tiene que quedarnos claro no puede haber
unión, no puede haber alegría, no puede haber fiesta completa si no estás tú,
Señor Jesús, con nosotros y no nos acompaña tu madre bendita en la
reconstrucción de la patria.
La profecía de Isaías en la primera lectura nos habla de un futuro en
que Dios hace volver a su pueblo de tantos países donde han sido dispersados,
de una vuelta a la tierra donde habrá comida y medicinas en abundancia, la paz correrá como agua limpia por
todas las cañadas, todos serán consolados y se llenarán de gozo. Y San Pablo, en la segunda lectura, nos invita a sostenernos y a fortalecernos
mutuamente con el bálsamo del consuelo y de la ayuda fraterna.
Madre de Chiquinquirá, sabemos también que ese milagro no lo va a hacer tu
hijo Jesús solo. Para que haya vino nuevo de
vida y justicia, necesita por lo menos las
tinajas vacías, servidores que las llenen de agua; quien saque de las tinajas
ese vino nuevo y lo distribuya. Nos necesita a cada uno de nosotros. Porque
devolverle la paz, la justicia y la unidad a Venezuela no es un asunto que le corresponde a unos cuantos
políticos nada más. Nos toca a todos los que vivimos en esta tierra de gracia y
promisión.
Esta es también la
inmensa gracia que nos ofrece este Año de la Misericordia que Dios nos ha
regalado a través del Papa Francisco, y que concluirá este próximo domingo.
¿Por qué creen ustedes que Dios nos hizo tan gran don? En primer lugar para
redescubrir que Jesucristo es el verdadero rostro de Dios (Cf Col 1,15), que
ese rostro es el de un Padre Misericordioso, bondadoso, que perdona y espera
con paciencia que sus hijos retornen a la casa y sean hermanos entre todos.
No lo olvidemos
nunca: La Misericordia es la fuerza sanadora por excelencia que necesita este
mundo y cada uno de nosotros y sin la cual quedamos a la merced del odio y de
la violencia. Es condición indispensable para nuestra salvación. En los años
sesenta el Beato Paulo VI decía que el desarrollo era el nuevo nombre de la
paz. Hoy debemos decir con el Papa Francisco que la Misericordia es el nuevo
nombre de la caridad, de ese amor que se
derrama desde lo alto hacia todos nosotros. Y la humanidad necesita la misericordia”.
Dios nos ha regalado este año jubilar, en segundo lugar, para que
nosotros entremos por la gran puerta de la Misericordia y salgamos,
convertidos, a extirpar de nuestros corazones todo género de resentimientos,
rencores y ganas de venganza. A derribar los muros discriminatorios que hemos
levantado, a acabar con las trincheras de guerra, a construir cuantos puentes
sean necesarios para que todos quedemos intercomunicados; a redescubrir la
confianza mutua y el trato fraterno. A recomponer la unidad de nuestros
hogares. A utilizar la política como una herramienta valiosa para escucharnos,
apreciarnos y trabajar todos juntos por el bien de todos sin excepción ni
exclusión alguna. Así que, como dice la gaita:
“Ya no escuchéis el llamado de violencia,
Ni esas voces sin conciencia,
Que nos tienen separados,
Llego el momento de detener esta guerra,
Que nos mata, nos aterra y nos mantiene alejados,
Que sea Dios quien nos una y quien nos libre,
Que su amor grande y sensible,
Nos haga ver la verdad y nuevamente seamos esa patria buena,
A quien cantó Alí Primera y no mitad y mitad”.
Ni esas voces sin conciencia,
Que nos tienen separados,
Llego el momento de detener esta guerra,
Que nos mata, nos aterra y nos mantiene alejados,
Que sea Dios quien nos una y quien nos libre,
Que su amor grande y sensible,
Nos haga ver la verdad y nuevamente seamos esa patria buena,
A quien cantó Alí Primera y no mitad y mitad”.
Son
grandes sin duda las calamidades que se han abatido sobre nuestro suelo.
Pasamos grandes necesidades de toda clase. De todas ellas nos podemos levantar
si, como lo hizo la Virgen María en las bodas de Cana, colocamos la fe en
Jesucristo en el
centro de nuestras vidas. Cuando ella vio que se les iba a echar a perder la
fiesta de boda a los recién casados, intervino y a los que servían les dijo: “Hagan
lo que mi hijo Jesús les diga”.
Esta
fiesta de la Chinita dejará profunda huella en todos nosotros si siguiendo el consejo
de nuestra Madre, ponemos atención a lo que nos dice Jesús en los Evangelios y lo
llevamos a la práctica. Este año en que la invocamos con el título
de Madre de la divina providencia renovemos nuestra fe en Jesucristo Nuestro
Señor, que camina con nosotros y nunca nos abandona, y dispongámonos a seguirlo
con decisión y valentía por los caminos constitucionales e institucionales, que
sean necesarios recorrer para alcanzar la paz y la unión entre todos.
Que el Señor nos haga cristianos
solidarios, que nos duela el sufrimiento del hermano necesitado, que
practiquemos con ahínco las obras de misericordia, corporales y espirituales, y
aprendamos a contar con todos sin excluir a nadie. Nunca nos dejemos encerrar
por las tiranías o las ideologías de cualquier género que sean. Tampoco nos dejemos
abatir por la desesperanza y por el desaliento, el Señor está con todos
nosotros.
Bien nos enseña el Papa Francisco: “No hay que excluir a
nadie, pero tampoco auto excluirse, porque todos necesitamos de todo”. Junto a
las obras de misericordia, un aspecto fundamental para promover a los pobres es
el modo en el que los vemos, no sirve una mirada ideológica que los use para
intereses de unos. Las ideologías terminan mal y no sirven”.
El camino
de la misericordia es una escuela para toda la vida no solo para un
año. Nadie tiene la varita mágica para resolver de un día para otro
los diversos males que nos aquejan. Necesitamos tenacidad y valor para no
cansarnos y llegar hasta el final. Además tenemos que tener presente que no
basta salir de ellos. Tenemos que cuidarnos para no caer en otros peores. Por
allí se ha asomado ya la hidra de siete cabezas de la ideología del género, que
pretende acabar desde sus mismas raíces con la cultura humana de la familia
sobre la que se levanta la sociedad humana y la misma Iglesia.
Somos
hijos e hijas de Dios privilegiados porque el amor misericordioso, que nos une
a él y entre nosotros se ha hecho presente en la persona de Jesucristo nuestro
salvador. El ha venido a compartir nuestra condición humana y desde la cruz nos
ofrece su costado abierto, como una gran puerta de salvación para
que todos entremos y nos encontremos como hermanos, unidos en su corazón
palpitante de amor y de perdón.
Al final
de la misa, nuestra Madre amorosa, encima de los hombros de sus portadores
fieles, la secular Sociedad de los Servidores de María, se pondrá en marcha
para recorrer las calles de Maracaibo y bendecir las familias y aquellos
hijos más afligidos y golpeados por el hambre, la enfermedad y el
dolor. Cuando nosotros salgamos tras ella, tomemos la firme decisión, como
buenos servidores de María, no solo de caminar tras su imagen venerada en las
procesiones, sino también de transformarnos en emisarios de la Buena Noticia
del Evangelio de su Hijo Jesús, en constructores de paz, en forjadores de
unión, y en testigos valientes de reconciliación, en estas próximas
navidades y durante todo el año que viene.
Hermanos, Hermanas, pidamos a Dios por intercesión de la Chinita, que
derrame a grandes dosis sobre nuestras familias, sobre nuestra patria y sobre
este mundo tan convulsionado por el terrorismo y la discriminación, el gran
remedio de la Misericordia, ¡la Misericordina!, como la llamó nuestro Santo
Padre, para que pronto, muy pronto nos encontremos unidos en una Venezuela
unida, fraterna, convivencial, en torno a Cristo Jesús, nuestro Señor a quien sea el honor y la
gloria por los siglos. Digamos Amén.
¡Dios les bendiga a todos! ¡Que viva la
Chinita!
Maracaibo
18 de noviembre de 2016
+Ubaldo R
Santana Sequera FMI
Arzobispo
de Maracaibo
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