TERCER
DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C.
APERTURA
DE LA PUERTA SANTA
HOMILÍA
Muy queridos hermanos y hermanas,
Con estos
dos últimos domingos de Adviento, la Iglesia quiere ayudarnos a tener nuestros corazones bien dispuestos para la
celebración fructuosa de la gran fiesta de la Natividad de Nuestro Señor
Jesucristo. Para ello nos pone en
contacto, en la Liturgia de la Palabra, con
tres importantes mensajeros y testigos, cuyas vocaciones están
estrechamente vinculadas a la llegada
del Salvador: el profeta Isaías a quien
le tocó predecir su llegada, la Santísima Virgen María a quien Dios le pidió ser la Madre de su Hijo y
Juan el Bautista a quien le correspondió ser su vocero y señalar su presencia
humana entre los hombres.
Este
domingo es conocido por su nombre en latín como domingo Gaudete, domingo de la
alegría. Esta palabra, con sus sinónimos: dicha, gozo, regocijo, júbilo,
complacencia, alborozo se repite, en los textos litúrgicos de hoy, una docena
de veces. El motivo fundamental de esta algazara lo encontramos en la oración
colecta: la proximidad de la fiesta de Navidad y la esperanza de alcanzar la
dicha de la salvación que nos trae el niño Dios.
Hoy se
suma otro motivo: la solemne apertura de la Puerta Santa de nuestra Catedral,
con la cual acabamos de inaugurar, en nuestra Arquidiócesis marabina, el Año
Jubilar de la Misericordia, en estrecha comunión con el Papa Francisco que lo
ha convocado y con todos los obispos del mundo. Un año jubilar, es decir un año
de júbilo, de gozo inmenso. Ese mismo gozo que según el profeta Isaías, traería
consigo la venida del Mesías: “Tu has
multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo, ellos se regocijan en tu
presencia” (Is 9,2). Es tiempo de
júbilo porque es “el año de gracia” proclamado por el Señor Jesús en la sinagoga de Nazaret (Cf Lc 4, 16-19), en el que se concentran todas las bendiciones
prometidas por Dios en la Sagrada
Escritura.
Todas
esas bendiciones y promesas el Papa ha querido recogerlas en una sola palabra: Misericordia. Francisco nos
invita a entrar jubilosos en este año, para ir juntos al encuentro de Cristo
Jesús, fijar nuestra mirada en él, en su vida, en sus gestos, en su misión, en
su Evangelio, para descubrir la verdadera identidad de su Padre: su rostro
misericordioso.
Eso es lo
significa la apertura de la puerta santa y el ingreso de todos nosotros, esta
tarde, en esta catedral a través de
ella. Cristo Jesús es la puerta (Cf Jn 10,7), la única puerta por donde la
humanidad tiene que entrar para descubrir y gozar de la misericordia de Dios.
Al traspasar este umbral entramos en un camino de vida en el que aprendemos a comportarnos como hijos suyos,
hermanos los unos de los otros, en Cristo, y coherederos, en el Espíritu, del
mismo Reino de los cielos. Al entrar por la Puerta santa de catedral, la Puerta
de la Misericordia, deseo de todo corazón, mis queridos hermanos, que
experimenten algunas vivencias fundamentales.
Primero, descubrir,
embelesados, la belleza del rostro real de Dios tal como se manifiesta en la
persona de Jesús. En Cristo Jesús, Dios nos ha revelado su nombre más bello, su
identidad y su actitud fundamental para con nosotros los hombres. Dios es
nuestro Padre rico en misericordia (Ef
2,4), un Padre misericordioso. El Papa nos invita a contemplarlo sobre todo en
las tres parábolas de la misericordia contenidas en el capítulo 15 del
evangelio de Lucas: la que cuenta la búsqueda y hallazgo por parte de un pastor
de la oveja perdida; la que narra la búsqueda y hallazgo por un ama de casa, de
la moneda extraviada; finalmente la que describe la ida y retorno del hijo
pródigo a la casa paterna.
Las tres
concluyen con un mismo estallido de alegría: “Alégrense conmigo porque encontré la oveja que se me había perdido (…)
Alégrense conmigo porque encontré la dracma que se me había perdido (…) “Es
justo que haya fiesta y alegría porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a
la vida, estaba perdido y ha sido encontrado “. Es el mismo gozo que el
profeta Sofonías le atribuye a Dios por colocar su morada en medio del pueblo
elegido: “El Señor tu Dios, tu poderoso
Salvador, está en medio de ti. El se goza y se complace en ti, él te ama y se
llenará de júbilo por su causa como en los días de fiesta.” (Sof 3,14-18).
Cristo reveló este mismo rostro cuando le dijo a la gente de su tiempo: “No tienen necesidad de médico los sanos sino
los enfermos. No he venido a llamar a justos sino a pecadores”. (Mc 2,17). Así
se alegra nuestro Padre por el retorno a él de cada uno de nosotros, sus hijos.
Dios nos ama a todos sin excepción y sus entrañas se estremecen de compasión
cuando nos ve pasando necesidad y oprimidos por mal y el pecado.
Segundo,
estamos llamados a fijarnos en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra
fe (Cf He 12,2) para aprender de él, que es manso y humilde de corazón (Cf Mt
11,29). El Señor no solamente nos revela el rostro misericordioso de Dios;
también deja patente que nosotros, como hijos suyos, tenemos que ser
misericordiosos: “Sean misericordiosos
como su Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Nos enseña además que la
misericordia activa es uno de los ocho pozos de donde brotan ríos de felicidad:
“Son dichosos los misericordiosos porque
Dios también los tratará con misericordia” (Mt 5,7).
¿Cómo se
comporta un discípulo misericordioso? Jesús mismo nos da ejemplo: cura a los
enfermos de toda clase de males: quita la lepra, devuelve la vista a los ciegos, hace hablar a
los mudos, libera a los oprimidos, rompe las cadenas de los esclavos de sus
pasiones, devuelve la vida a los muertos; reviste a los pecadores arrepentidos
del traje de fiesta; instruye al pueblo sencillo; perdona a sus enemigos y
adversarios; acoge a los extranjeros; no apaga la mecha que aún humea; no
quiebra la caña doblada; le abre la puerta del paraíso al ladrón arrepentido;
le saca siete demonios a una prostituta; es amigo de publicanos y pecadores y
come con ellos. En el juicio final seremos todos examinados sobre el
cumplimiento de este mismo tipo de acciones (Cf Mt 25,31-46).
Al inicio
de esta año jubilar es válida la pregunta que la gente, los publicanos y los
soldados le hacen a Juan el Bautista, después de haber oído su fuerte llamado a
la conversión y al cambio de vida. El paso fundamental para entrar por la
puerta, que es Cristo, es la conversión.
“¿Y nosotros qué debemos hacer?”. En su respuesta les hace ver que la
conversión debe concretarse en acciones de solidaridad con el necesitado, en la
práctica de la justicia, en el honesto desempeño de su profesión. Menciona
varias obras de misericordia: vestir al desnudo, dar de comer al hambriento,
desprenderse de bienes superfluos para compartirlos con los necesitados. Y
nosotros, hermanos y hermanas, ¿Qué debemos hacer en este año Jubilar de
la Misericordia? También para nosotros
la conversión de corazón ha de traducirse en obras concretas de solidaridad con
el necesitado, en la práctica de la justicia y en la honestidad profesional.
Al inicio
de este año de la Misericordia, se abren ante nosotros catorce caminos. Cada
uno de ellos corresponde a una obra de misericordia: siete corporales y siete espirituales.
La situación del país nos lleva sin embargo a privilegiar algunas actitudes con
mayor urgencia: la cultura de la solidaridad, de la responsabilidad personal y
colectiva, la justicia social, la erradicación de la violencia, del
hostigamiento, de la humillación y de la
anticultura de la muerte.
El Beato
Paulo VI, en un hermoso mensaje que le dirigió al pueblo mexicano en 1970 con
motivo de la fiesta de la Guadalupe, resaltó una dimensión de la vida cristiana
que, considero, mantiene permanente actualidad. Declara el Beato: “Para que
Cristo sea el centro y la cumbre de nuestra vida debemos cumplir con más
entusiasmo y entrega el segundo mandamiento que es la norma de todas las
relaciones humanas: el amor al prójimo”. Siguiendo el ejemplo de la Virgen
María en las bodas de Caná, “un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad para solucionar
la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la
oportunidad de un trabajo honorable y justamente remunerado; no puede quedar
insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer
realidad sus legítimas aspiraciones, y mientras una parte de la humanidad siga
estando marginada de las ventajas de la civilización y del progreso.
Por ese motivo (…) los exhortamos de corazón a
darle a su vida cristiana un marcado sentido social, que los haga estar siempre
en primera línea en todos los esfuerzos para el progreso y en todas las
iniciativas para mejorar la situación de los que sufren necesidad. Vean en cada
hombre un hermano, y en cada hermano, a Cristo, de manera que el amor a Dios y
el amor al prójimo se unan en un mismo amor, vivo y operante, que es lo único
que puede redimir las miserias del mundo, renovándolo en su raíz más honda: el
corazón del hombre.
El que tiene mucho que sea consciente de su obligación de servir y de contribuir con generosidad para el bien de todos. El que tiene poco o no tiene nada que, mediante la ayuda de una sociedad justa, se esfuerce en superarse y en elevarse a sí mismo y aun en cooperar al progreso de los que sufren su misma situación. Y, todos, sientan el deber de unirse fraternalmente para ayudar a forjar ese mundo nuevo que anhela la humanidad”.
El que tiene mucho que sea consciente de su obligación de servir y de contribuir con generosidad para el bien de todos. El que tiene poco o no tiene nada que, mediante la ayuda de una sociedad justa, se esfuerce en superarse y en elevarse a sí mismo y aun en cooperar al progreso de los que sufren su misma situación. Y, todos, sientan el deber de unirse fraternalmente para ayudar a forjar ese mundo nuevo que anhela la humanidad”.
Hermanos, hermanas, dejemos actuar a Dios en
nosotros. Que su palabra creadora de vida nos haga capaces de seguir haciendo
presente el evangelio de la misericordia con hechos y con palabras y, con la
ayuda de María, nos transformemos en artesanos de la paz, constructores del
Reino, creadores de justicia. ¡Que se abran las puertas y dejemos entrar muy
hondo en nuestras vidas a Jesucristo nuestro Salvador! Amén.
Maracaibo 13 de diciembre
de 2015
Inicio del Año Jubilar de
la Misericordia
+Ubaldo R
Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo
Mi querido Monseñor Ubaldo, feliz y sorprendido al visitar su Bloq. Le felicito por este paso comunicacional, esperando sus constantes enseñanzas. Dios le cuide y Bendiga siempre es el deseo desde nuestro corazón. Abiga y Luis Uribe
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