BODAS DE ORO DE MONS. JOSÉ ANTONIO QUINTERO
SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA
DE COROMOTO
HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA JUBILAR
LECTURAS: Si 24,1-2.5-7;
Salmo Responsorial Jdt 13; 1 Co 4, 1-5; Lc 2 22-40
Padres: José Prisciliano
Quintero (+) y Ofelia del Carmen Albornoz (+)
Hermanos: Mons. Quintero es
el mayor. Siguen Adelmo (+), Alfredo, José Celis, Pedro José, Elio José,
Domiciano, Francisco Antonio
Bautizado el 24 de octubre de
1939 en la Iglesia parroquial del santo Cristo de Aricagua.
Muy querido Mons. Jesús Antonio
Quintero,
Muy querido hermanos y
hermanas,
Nos encontramos reunidos en asamblea
eucarística esta tarde en la Santa Iglesia Catedral, para celebrar las bodas de
oro sacerdotales de Mons. Jesús Antonio Quintero. Efectivamente su ordenación
tuvo lugar el 11 de septiembre de 1965 por imposición de manos de Mons. Domingo
Roa Pérez, de grata memoria, en la basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá. Esta celebración de hoy nos causa a todos una
inmensa alegría porque amamos de corazón a este sacerdote que siempre hemos
tenido a nuestro lado como un hermano y un amigo.
Los que estamos aquí, los
que están unidos a nosotros a través de las redes sociales y de los MCS, llevamos
por dentro, como María, un Magnificat por estar al lado de tan buen servidor y
alabar y bendecir al Señor con él por el inmenso don del sacerdocio y por la
fidelidad con la que le ha correspondido. A Dios que es Amor y fidelidad no se
le puede corresponder si no es con amor y fidelidad. ¡Si, hermanos hermanas,
nuestra alegría es grande porque tenemos ante nosotros un gran servidor de
Cristo y un abnegado ministro de su misericordia! Bien podemos aclamar con el
salmista: “¡Gusten y vean qué bueno es el
Señor! ¡Dichoso quien se acoge a Él! (Sal 34, 9)
El presbiterado de Mons.
Jesús Antonio Quintero lleva una doble impronta mariana. Fue ordenado el día de la fiesta de Ntra. Sra. de Coromoto,
patrona de Venezuela, en la basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá, patrona del
Zulia. Es también heredero de la estrecha interconexión entre Los Andes y el
Zulia, favorecido por ese gran canal de navegación natural que se llama el lago
de Maracaibo. Monseñor nació el 1º de
septiembre de 1939 en Aricagua, uno de los pueblos anidados en los ásperos
roquedales del sur en el Edo. Mérida. En aquellos ríspidos parajes, aislados del resto del mundo, propicios para
la meditación y el silencio, se aunaron a la sólida formación cristiana de sus
padres, Don José Prisciliano Quintero y Doña Ofelia del Carmen Albornoz, y a la
labor evangelizadora de los misioneros y de los sacerdotes del lugar para que, desde
temprana edad cayera, en los surcos de su corazón, la buena semilla de la
vocación sacerdotal. Detrás de él
vinieron siete hermanos más: Adelmo, ya fallecido, y luego: Alfredo, José
Celis, Pedro José, Elio José, Domiciano y Francisco Antonio. Concluidos sus estudios de primaria, echó
raíces en tierras zulianas. Sin saberlo el niño Jesús Antonio continuaba y
enriquecía ese trasiego secular que ha existido entre ambas regiones del
occidente venezolano, caminando en una sola Iglesia diocesana hasta la
creación, en 1897, de la diócesis del Zulia.
Dos fechas importantes de
su vida coinciden con dos fechas importantes de la historia del mundo y de la
Iglesia. Nació en 1939, año del inicio de la segunda guerra mundial, cataclismo
devastador que convulsionó la historia de la segunda parte del siglo XX. Por
eso quizá, Dios dotó a este servidor suyo de un temperamento pacífico y
sencillo aunque sincero y firme en sus convicciones. Fue
ordenado sacerdote en 1965, pocos meses antes de la conclusión del Concilio
Vaticano II, verdadero Pentecostés de la
Iglesia en el siglo XX. Este magno evento, lo dejó inquieto como dice una canción
del padre Zezinho, forjó su fibra
evangelizadora e insufló en su corazón
un gran amor por la Iglesia.

Lo que se le pide a un
servidor, dice san Pablo en la segunda lectura de hoy, es que sea fiel. Monseñor,
a lo largo de todos estos años, en el desempeño de los cargos y servicios
solicitados por su Obispo, ha sido un
servidor fiel y prudente. Es larga la lista de cargos y responsabilidades que ha
desempeñado con fidelidad: vicario parroquial párroco, capellán militar,
vicario judicial, defensor del vínculo y juez del tribunal eclesiástico,
capellán del Hospital central, director espiritual del Seminario Mayor, asesor
de Movimientos Apostólicos, deán de la Catedral y párroco en dos oportunidades
del Sagrario de Catedral, la primera vez nueve años y actualmente lleva ya
diez. En estos 19 años ha sido un fiel custodio del Santo Cristo Negro de
Maracaibo y de muchas devociones tradicionales, como la de la Virgen del Carmen.
El
sacerdote es otro Cristo
Los cincuenta años de
servicio de este ilustre y amado hermano es una hermosa oportunidad para
recordar una de las dimensiones fundamentales de la identidad de un presbítero:
el presbítero es otro Cristo, “alter
Christus”. Así lo pidió el mismo Señor en la noche del Cenáculo, al
instituirlos: “Les he dado ejemplo para
que hagan lo mismo que yo hice con ustedes (…) ¡Felices serán si entienden esto
y lo practican!” (Jn 13,15).
El presbítero participa, en
razón de su ordenación, del sacerdocio pastoral y capital de Cristo y por ende
de su potestad sacra, de sus virtudes y de su misión. A todos los sacerdotes
nos amenaza la tentación de quedarnos solo en la potestad sacra y en la
práctica pastoral aislarla de las actitudes y de la mentalidad de Cristo que
son las que le dan su verdadero sentido y garantizan su buen uso. La potestad
sacra solo se puede asumir desde una íntima compenetración con Cristo servidor;
con el delantal puesto, la jarra, la
jofaina y el paño en la mano, arrodillado ante sus discípulos para lavarles los
pies y mirándolos de abajo hacia arriba y no al revés (Cf Jn 13 1-15). El Papa
Francisco nos ha alertado muchas veces del gran peligro de volvernos jeques,
príncipes mandones y malhumorados, con caras de funeral y no pastores sencillos
y acogedores.
No es en el poder que nos
parecemos a Jesucristo sino en cómo ponemos esa autoridad al servicio de una
entrega amorosa y abnegada. La autoridad sirve desde la mesa de la cruz.
Estamos llamados a ser verdaderamente otros cristos. No imitadores teatrales,
buenos escenógrafos, detrás de cuyos caparazones no hay más que vacío y
vanagloria. Todo lo que Jesucristo ha sido, ha dicho de sí mismo y ha llevado a
cabo desde el pesebre hasta el sagrario pasando por la cruz y por su presencia
en el pobre, debe igualmente serlo, decirlo y llevarlo a cabo su discípulo
sacerdote. Nuestra unión con Cristo debe ser tan íntima, tan visible, tan
transparente que los hombres puedan decir la vernos: “Ahí va otro Cristo”.

El
mensaje bautismal de la Virgen de Coromoto
Hoy, como el día de su
ordenación, Venezuela entera celebra la fiesta de su Patrona, Nuestra Señora de
Coromoto y la canta como aurora jubilosa
que al salir al encuentro de la familia indígena de Los Coromotos, abrió de par
en par las puertas de esta patria soberana a Cristo Jesús nuestro Redentor. Venezuela
es otra desde 1652 porque ha sido bañada en las aguas bautismales de la fe en
Cristo y se abriga bajo el manto maternal de la madre de Jesús. Desde entonces
y a lo largo de estos 463 años, el pueblo venezolano no ha cesado de bendecir y
alabar a Dios por el don de tan excelsa misionera. Gracias a su predicación,
iniciada con la familia del cacique de Los Cospes, en las límpidas aguas de una
quebrada cercana al río Guanare, el evangelio del bautismo, de la fraternidad y
de la convivencia pacífica entre nosotros ha ido penetrando cada vez más.
Es mucho sin embargo lo que
nos falta aún por recorrer. El mensaje coromotano tanto en su esencia como en
sus consecuencias es aún desconocido por la gran mayoría de los católicos venezolanos.
Una inmensa tarea nos toca a todos los
evangelizadores actuales para anunciar a Jesucristo por el camino propuesto por
la Virgen. Ella quiere ser la Madre educadora de nuestra fe. Desea que el
evangelio penetre en nuestra vida valiéndonos de la familia y de la comunión
eclesial producida por el bautismo. Estamos en deuda con nuestra Madre. Como lo
enseña el magisterio del episcopado latinoamericano, ella tiene que ser cada
vez más la pedagoga del Evangelio en Venezuela. (Cf DP 290).
No nos deben desanimar las dificultades y los
escollos que se yerguen actualmente en el camino. No miremos con nostalgia el
pasado. No nos angustiemos ante lo que será el futuro. Tenemos que asumir el
mensaje del Salmo 118, 24: “Este es el día
del Señor, éste es el tiempo de la misericordia”. El año jubilar de la
misericordia, decretado por el Papa Francisco, cuyas puertas santas se abrirán
prontamente en el mundo entero, es un valioso tiempo de gracia para trazar
nuevas sendas en nuestros desiertos, enderezar los caminos torcidos, levantar
puentes entre los valles, rellenar los barrancos, atravesar con túneles
montañas y colinas, transformar cerros en planicies y no dejar rincón de
Venezuela sin experimentar el evangelio de la paz y de la misericordia (Cf Is
40,4).
Es hora, hermanos y
hermanas, de fortalecer las manos débiles,
robustecer las rodillas vacilantes, de cobrar ánimos y desterrar el
miedo de nuestros corazones. María de Coromoto nos ha dejado su presencia y su
mensaje. Nos anuncia que siempre es tiempo para acercarnos unos a otros con
confianza, para superar nuestra mudez y dialogar; vencer nuestra sordera y
escucharnos con respeto; despegar nuestros ojos ciegos y mirarnos como hermanos
y hermanas, curarnos de nuestras parálisis y ponernos a caminar juntos en una
misma dirección. (Cf Is 35,1-10).
Con la aparición de la
Coromoto en Venezuela, que junto con la de Guadalupe, en México constituyen las
dos únicas apariciones históricamente documentadas en América, se ha iniciado
una nueva dinámica misionera y evangelizadora que no se debe interrumpir. La
Virgen llanera utilizó el mismo verbo con el que su hijo Jesús resucitado se
despidió de sus discípulos y los envió en misión: “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos: bautícenlos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, les dijo Jesús (Mt 28,19). “Vayan donde los blancos, les dice la
Bella Señora, para que les echen agua en
la cabeza y puedan ir al cielo”, en lengua autóctona, y con léxico sencillo
y popular, asequible al entendimiento de los Coromotos.
En este gran servicio
cristiano, los obispos, presbíteros y diáconos hemos de acompañar, fortalecer y
animar a los laicos bautizados para que sean, desde sus familias, los
principales protagonistas de esta transformación. En este campo, Mons. Quintero
nos ha venido dando un gran ejemplo ya que desde hace muchos años descubrió la
importancia decisiva del laicado asociado para evangelizar las realidades
políticas, económicas, sociales y culturales de este mundo. Muchos movimientos
particularmente la Legión de María, los Cursillistas y miembros de varias
cofradías han contado con su sabiduría, sus consejos y su consejería espiritual
Vayamos pues, en nombre de
Jesús, con el evangelio en el corazón, en la vida y en los labios, animados y
llenos de alegría como María de la Visitación, como María de la Presentación,
como María del Pesebre, como María de la cruz, como María del sagrario a
entregar el don de Jesús y con él y con la fuerza del amor que nos infunde su
Espíritu, sembrar por doquier en
Venezuela y en el mundo, la vida, la alegría y la esperanza.
¡Gracias, Madre bendita, por
haberte tomado la pena de acercarte
hasta nosotros para recordarnos las palabras del mandato de tu hijo Jesús!
¡Salve aurora jubilosa de una patria
soberana!
Que te bendice y te aclama con sus leyendas
gloriosas.
¡Salve Virgen de los Llanos, siempreviva del
amor!
Cautivas tú el corazón de cada venezolano
Flores de nieve en Los Andes, olas de azul
en el mar,
todo me dice un cantar, para rimar tus
bondades.
En los pliegues tricolores de la bandera
señera
guarda Venezuela entera de su Virgen los
amores. –
Catedral metropolitana de Maracaibo 11 de
septiembre de 2015
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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