¿QUÉ NAVIDAD QUERÉIS CELEBRAR?
Creo en un solo Señor,
Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos…que
por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de María la virgen y se hizo hombre
La Navidad es una Buena
Noticia. Mejor dicho, es LA BUENA NOTICIA. La mejor de las buenas noticias que
le haya podido llegar a esta humanidad sufrida y doliente. La Navidad no es
sólo un mensaje, no es una teoría, como el Big Ban; la Navidad es un
acontecimiento, un hecho histórico, una evidencia del infinito amor de Dios por
nosotros. Así habla Dios: a través de hechos, de acontecimientos.
En el antiguo Testamento
habló a través de la historia del pueblo de Israel. En el Nuevo Testamento,
habló a través de la persona de su mismo Hijo, el Verbo Eterno. Así empieza la
Carta a Los Hebreos: “Muchas veces y de
muchas maneras Dios habló en la antigüedad a nuestros padres por medio de los
profetas. Y ahora, en este tiempo final, nos ha hablado por su Hijo” (He
1,1). Así lo narra San Juan al inicio de su evangelio: “Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn
1,14).
Antes del evangelio escrito,
hubo un evangelio vivo. Será la perfecta coherencia entre el modo de vivir de
Jesucristo y sus enseñanzas que impactarán profundamente a sus oyentes y
arrastrará tras de él a los discípulos. (Cf Lc 4,31-36). Por eso es tan
importante que nos fijemos en cada detalle de lo ocurrido en la noche de Belén.
Cuando los ángeles
anunciaron a los pastores el nacimiento del Mesías les dieron como señal: “Encontrarán a un niño recién nacido, es
decir que no habla; envuelto en pañales,
es decir, un criatura de padres pobres, acostado
en un pesebre, no solamente pobre sino entre animales. Este inicio de pobreza, silencio y trabajo se
prolongó luego durante más de 30 años en el taller de Nazaret al lado de sus
padres. Es tan fuerte este período de su vida que más adelante él será conocido
como Jesús, el de Nazaret, el Nazareno.
Su predicación respaldará
plenamente esta vivencia. Proclamara: “Dichosos
los pobres porque a ustedes les pertenece el Reino de Dios” (Lc 6,20). “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes,
las revelaste a los pequeños” (Lc 10,21). “Todo lo que le hagan a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me
lo hicieron” (Mt 25,40).
La Navidad cristiana es
por consiguiente en su núcleo esencial la aparición de Dios en este mundo, no
como un fantasma, ni como un ídolo, ni como una fuerza suprema gravitacional,
sino como un ser humano, como un niño de
padres humildes, sencillos y pobres. Siempre hay que volver al corazón mismo de
esta fiesta porque hoy en día Navidad se ha vuelto un bosque de arbolitos, de
adornos, de Santas, de regalos, de consumos, de gastos, de reuniones sociales,
bosque tan envolvente que ha ido quitándole el puesto a la verdadera Navidad. La
globalización comercial ha ido imponiendo a través de sus cuñas publicitarias el
mensaje de “Felices Fiestas” en vez de “Feliz Navidad”.
Yo los invito, mis
hermanos y hermanas, a detenernos un momento a ante el pesebre de nuestro
templo parroquial o el de nuestra casa a para contemplarlo. Hagamos como Moisés
en el desierto cuando cuidaba las ovejas de su suegro Jetró, que cambió su ruta
para ir una zarza sorprendente que ardía sin consumirse (Ex 3,1-3).
Detengámonos y preguntémonos: ¿Por qué el evangelista contrasta la noticia del
nacimiento con la otra noticia del censo ordenado por el Emperador Augusto? ¿Cómo
es eso que ese Niño-Dios no nació en una cuna en su casa, sino en pleno
desplazamiento de sus padres? ¿Cómo es eso que José, siendo nativo de Belén, no
encontró lugar decente y adecuado para el parto de su esposa y tuvo que acomodarla
en el fondo de una cueva? ¿Cómo es eso que, si bien unos ángeles le cantaron en
el cielo, los primeros testigos de su nacimiento fueron unos pobres pastores de
ovejas? ¿Por qué Dios quiso llegar al mundo así, de modo tan difícil, tan
pobre, con testigos de tan poca calificación?
El evangelista Lucas
quiere que entendamos que la Buena Noticia que cambia el rumbo de la historia
no la da el emperador Augusto desde su palacio romano sino un infante desde una
cueva en un pueblo desconocido. Los tiempos han llegado a su plenitud (Cf Gal
4,1-4) y la fuerza para construirlo no está en la dominación ni en la
explotación del hombre por otro hombre sino en el poder del amor hecho entrega
y servicio hasta la muerte. La Buena
Noticia no llega de una gran capital: Roma, Jerusalén, sino de Belén, un
pueblito desconocido, de la periferia del mundo. Así habla Dios. Así llega Dios
a este mundo. Así es el camino abierto por Dios en esta humanidad para
salvarnos. Ese es el camino que nosotros también como discípulos-testigos de la
noche de Belén estamos llamados a recorrer.
Una Navidad así es muy
cuestionadora, muy cruda para los gustos de nuestro mundo. Mejor entonces
edulcorarla, volverla un cuento bonito, como un cuento de hadas más, y
reemplazarla por historias que nos embelesen pero que no nos lleven a cambiar
nada en nuestras vidas. Nos sentimos sin duda más cómodos con un Santa que
llega con todo su carruaje de renos repleto de regalos; con un supuesto “espíritu
de navidad” con olor a mandarinas y con otras fórmulas séudo navideñas que nos
incitan a centrarnos en nosotros mismos, a encerrarnos en nuestras cápsulas
egoístas y a olvidarnos del sufrimiento y dolor que nos rodea.
La Navidad de este año acontece
en un mundo dominado por grandes poderes
imperiales, convulsionado por el
terrorismo, con campamentos abarrotados de refugiados, por naufragios en alta
mar de pateras sobrecargadas de migrantes desesperados que buscan huir de la
miseria, de inmensos cruceros navideños llenos de turistas que se dan la buena
vida. Acontece en una Venezuela donde los niños mueren de hambre, las familias
no tienen cómo abastecerse, los enfermos no consiguen medicinas, donde no hay
seguridad en ninguna parte, donde el diálogo no avanza, la miseria crece, las
familias se disgregan.
En medio de tanta
desesperación, necesitamos celebrar Navidad. Necesitamos escuchar nuevamente el
canto de los ángeles. Necesitamos ir con los pobres pastores a ver al niño y
con José y María recargar de esperanza nuestras almas vacías. Necesitamos celebrarla
familiarmente, comunitariamente. Celebrarla con sencillez y austeridad pero
celebrarla. José y María no pudieron celebrar su primera Navidad con su
familia. Un capricho del emperador los había dispersado. Muchos de nosotros no podremos
reunirnos todos en familia. Muchos estarán lejos, en otros países. No la vamos
a poder celebrar con todas nuestras tradiciones culturales y culinarias. Pero
eso no significa que no podamos celebrar la Navidad.
Mantengamos viva nuestra
fe, nuestras celebraciones y las hermosas tradiciones que fortalecen los lazos
del regalo más bello de esta tierra después del Niño Dios: la familia. No
dejemos de reunirnos en familia, los que estemos, y compartamos lo poco o mucho
que llevemos para la comida. No dejemos que la inseguridad o el miedo nos
impida ir juntos a la misa de Nochebuena
o del día de Navidad. No dejemos de alegrarnos, de cantar “Niño Lindo” mientras destapamos el niño Jesús
de nuestro pesebre casero. No dejemos de comunicarnos con nuestros seres
queridos. No dejemos de tomar en cuenta a nuestros familiares mayores, enfermos.
Nadie nos puede robar el gozo de celebrar la Navidad.
Navidad es un
acontecimiento. Hagamos también de nuestra Navidad un acontecimiento de amor y
solidaridad. En momentos tan difíciles como los que atraviesa nuestro país,
seamos solidarios y afectuosos con nuestros semejantes, con el que nos
necesite, sólo así daremos un sentido pleno a la festividad del nacimiento de
aquel niño, venido de Dios, y que, siendo Dios mismo, nos pidió amarnos como él
nos amó. Esa, y no otra, es la verdadera esencia de la fiesta que el Señor
quiere que tengamos en la tierra.
Les deseamos a todos una Feliz y Santa Navidad
2016.
+Ubaldo R Santana Sequera FMI + Angel F Caraballo Fermín
Arzobispo
de Maracaibo Obispo Auxiliar