DECIMO DOMINGO
ORDINARIO. CICLO C. 2016
JOVEN, A TI TE LO DIGO ¡LEVÁNTATE!
En esta parte
de su Evangelio, Lucas nos presenta a Jesús manifestando el Reino de Dios de
manera sorprendente. A través de sus
enseñanzas y milagros, junto con el Reino de Dios aparece con mayor claridad la
misma identidad de Jesús y cómo concibe su vocación mesiánica. Se va viendo con
mayor claridad que sus actuaciones están en perfecta coherencia con la
presentación que hizo de sí mismo en la sinagoga de Nazaret y en el anuncio de
las Bienaventuranzas. Allí el dijo que era un ungido del Espíritu Santo y un
enviado suyo para anunciar el evangelio a los pobres, la liberación a los
presos, la curación a los enfermos y para declarar la implantación de un año de
gracia. Declaró que “son dichosos los que ahora están llorando porque reirán”.
El capítulo
siete dentro del cual se encuentra el relato de la vuelta a la vida del hijo de
una viuda, se inicia con la curación a distancia del servidor de un centurión
romano. Cuando el centurión le manifiesta que no es necesario que llegue hasta
su casa para realizar la curación primero porque él no es digno de recibirlo y en segundo
lugar porque puede curarlo con el poder
de una sola palabra desde donde está. Esta actitud le arrancará a Jesús uno de
los pocos elogios que le conocemos. Se quedó en admiración ante las palabras
del centurión y declaró ante la muchedumbre: “Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan
grande”.
Los paganos
eran considerados impuros y un judío piadoso no debía de entrar en su casa. Sin
embargo este pagano romano, a pesar de pertenecer al ejército invasor, se
comporta generosamente con la población de Naín. Jesús está dispuesto a entrar
en la casa del pagano contrayendo impureza legal. El oficial no lo quiere
exponer a ese descrédito porque le pide que haga la curación a distancia. Pero
para Jesús lo más importante es la persona. El ha venido a hacer el bien a
todos, sin excepción alguna, siguiendo el modelo de su Padre, que es
misericordioso, y que hacer salir el
sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos (Mt 5,45). Hay
fe en todas partes no solo entre los hombres religiosos de Israel.
Así ha de ser
también el comportamiento de sus discípulos: “Sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso” (Lc
6,36). En este año de la Misericordia estamos llamados a detenernos en esta
revelación de Jesús, a saborear todas las dimensiones de su misericordia e ir
descubriendo las entrañas de la compasión de Dios hacia sus criaturas. El
evangelio de hoy nos narra la conmoción interna que sacudió a Jesús cuando se
encontró en la calle con el entierro del hijo único de una mujer viuda. ¿Será
porque Jesús vio en ese cuerpo el suyo y en esa mujer a su madre viuda? En todo
caso Jesús detiene el cortejo, conmovido le dice a la mujer que no siga
llorando; toca el féretro y da una orden terminante: “¡Joven, a ti te digo, levántate!”.
La comitiva
fúnebre, testigo del milagro, declara que Jesús es un profeta, tal como lo hizo
la viuda de Sarepta, cuando el profeta Elías le devolvió la vida a su hijo,
confundiéndolo con Elías. Aquí se cumple la bienaventuranza: “Dichosos los que lloran porque reirán”.
El llanto en la biblia siempre acompaña el pecado y la muerte. Solo desaparecen
si Dios se manifiesta perdonando el pecado y devolviendo la vida, causas
mayores de la aflicción humana. En uno de sus espléndidos mensajes de esperanza
el profeta Isaías presenta la última y definitiva manifestación de Dios de esta
manera: “Destruirá la muerte para siempre;
el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará sobre toda la
tierra el oprobio de su pueblo. Y aquel día se dirá: Ahí está nuestro Dios, de
quien esperábamos la salvación: es el Señor en quien nosotros esperábamos;
¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!” (Is 25, 8-9).
San Agustín
comenta este texto diciendo que Jesús le devolvió la vida tres personas: a la pequeña hija de
Jairo, jefe de la sinagoga, en su propio lecho de muerte; al joven hijo de la
viuda de Naín, camino al cementerio y Lázaro de Betania, un adulto que llevaba
ya cuatro días de sepultura. Comenta que Jesús ha venido a esta tierra
investido del poder de Dios, para perdonar los pecados del hombre. Porque, dice
él, quien peca, mata su alma. Muere. Jesús utiliza su poder para perdonar, para
compadecerse, para devolver a la vida a quien yace muerto por el pecado.
Devuelve la vida a quien recién ha pecado y quiere enmendarse dentro de su
corazón. De este perdón es signo la niña de Jairo. Se compadece también del
pecador que ya vive públicamente su pecado y va camino derecho al cementerio,
como el joven de Naín. Y también tiene poder para devolverle la vida al pecador
más empedernido, que ya ha hecho de su vida de pecado un hábito a tal punto que
ya está sepultado bajo los escombros de sus culpas. ¡Que ya hiede! De ese
estado de muerte es signo su amigo Lázaro, como lo es también María Magdalena.
A ambos el Señor con todo el poder de su compasión y de su amor, les devuelve
la vida mediante su cruz redentora.
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo